Antonella Magliocco

Escrito I

Era un chico que siempre había soñado con ser escritor. Desde pequeño, había llenado cuadernos con ideas, frases y párrafos que no llevaban a ninguna parte. Sus palabras, por más que lo intentaba, no lograban expresar lo que sentía en su interior. La tinta se deslizaba sobre el papel, pero sus pensamientos quedaban atrapados en un laberinto del cual nunca encontraba salida.
Se pasaba horas frente a la máquina de escribir, sus dedos tocando las teclas con esperanza, pero nada que valiera la pena surgía. Sentía que su mente estaba vacía, que el alma de la escritura lo había abandonado. Los libros que leía lo llenaban de un hambre insaciable, pero, al mismo tiempo, lo hacían sentir más vacío aún. Las palabras de los demás le hablaban en una lengua que no podía pronunciar.
Un día, mientras caminaba por una librería de segunda mano, vio un libro. Estaba allí, en la estantería polvorienta, casi olvidado, como si esperara ser encontrado. Lo tomó entre sus manos, notando el peso de su historia en cada página amarillenta. No era un libro común. Era un libro que parecía tener la magia que a él le faltaba, algo que lo llamaba a sumergirse en sus páginas.
Y fue entonces cuando la tentación lo invadió.
Era solo un libro. ¿Quién lo iba a extrañar? ¿Y si podía usarlo? Robarlo, tal vez, no era la solución más ética, pero el vacío que sentía era tan grande que justificaba cualquier acción para llenarlo. Lo escondió bajo su abrigo y salió de la tienda como si el peso del libro no fuera el único que cargaba. La culpabilidad le latía en el pecho, pero la promesa de encontrar en esas páginas algo que lo inspirara fue más fuerte.
Esa noche, comenzó a leer. Las palabras fluían con una facilidad que nunca había experimentado. La historia de ese libro, la que no era suya, lo absorbía por completo. Era como si el autor hubiera escrito para él, como si aquellas palabras estuvieran hechas a medida de sus deseos. Y en ese instante, comenzó a escribir.
No lo hacía con su propia voz, ni con sus propias ideas. Lo hacía con la voz prestada de otro, con las palabras que no le pertenecían, pero que al fin le permitían sentir la magia de crear. Su pluma danzaba sobre el papel, y sentía que, por fin, algo cobraba sentido.
Pero esa misma noche, mientras las palabras caían sobre el papel con facilidad, una sombra de duda lo invadió. ¿Realmente estaba escribiendo? ¿O solo estaba tomando lo que otro ya había dejado? El robo de un libro había sido su salvación, pero ¿a qué costo? Las palabras que él pensaba que eran suyas eran, en realidad, las de otro. Y aunque la tinta fluía con facilidad, la verdad era que aún no había encontrado su propia voz.

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