ARTURO —En la ciudad celeste de los dioses
conciudadano soy de aquel que mueve
mares y tierras y las gentes todas.
Pues soy, cual veis, la blanca estrella fúlgida,
astro que nace a la debida hora
en cielo y tierra: Arturo me apellidan,
que de noche en el cielo entre los dioses
brillo, y de día entre los hombres ando,
como también acá los otros bajan
lucientes astros, pues aquel que impera
a Dioses y a mortales rey supremo
por partes diferentes nos envía
a observar de los hombres las costumbres,
la fe y piedad, y de qué modo llegue
a la fortuna cada cual; si falsa
litis con falsos testimonios mueva,
o si sus deudas, perjurando niegue;
y de los tales luego el nombre escrito
llevamos al Tonante. Así conoce
al que busca lo malo, o con perjurios
triunfar del adversario solicita
o recabar del juez inicuo fallo
con malas artes. Él lo ya juzgado
juzga de nuevo, y les impone multa
que el valor de la causa que vencieron
excede en mucho. De los buenos lleva
también registro en su estrellado trono,
que no, como el malvado se imagina,
aplaca al Dios con víctimas o dones;
antes el gasto y el trabajo pierde,
porque de las ofrendas del perjuro
no acepta nada Jove, [y a los buenos]
indulgente y benigno oye la súplica.
Parad mientes por tanto a lo que digo
vosotros que, buscáis derechamente
el bien, y vida franca, honrada y pía;
seguid así, y os holgaréis un día.
Pero decir me cumple a lo que vengo.
Difilo, autor de esta comedia, quiso
que esta ciudad Cirene fuese; y mora
Démones en la misma, en esta granja
que veis a orillas de la mar; anciano
que desterrado vino aquí de Atenas,
hombre de buena pasta. Ni carece
de sus patrios lugares por delito.
Antes, sirviendo a los demás hallose,
perdida en hacer bien hacienda pingüe,
embarazado y empeñado y pobre
de puro liberal... y para colmo
de desgracia, una niña en edad tierna,
hija suya, robáronle piratas,
a quienes un bribón de siete suelas
que habita aquí también, comprola. Un día
que de tañer la flauta
en la vecina escuela
la niña, joven ya, tornaba a casa,
un mozo hubo de verla, compatriota
del dueño de la granja que os he dicho,
Ateniense también, y al mismo punto,
enamorose; ve al rufián; contrata
con él que se la venda como esclava
por treinta minas; diole el joven prenda,
y el trato confirmó con juramento
aquel follón que de la fe jurada
se burla y mofa, y se le da una higa
de lo que más sagrado hay en el mundo.
El caso fue que vino de Agrigento
un viejo igual a él; facineroso
si los hay, fementido y alevoso.
Hospedole el rufián, y como viera
a la doncella, empieza
a ponderar su gracia y gentileza
celebraba asimismo la apostura
de otras mujeres, que el rufián tenía
para su abominable granjería.
Dícele que a Sicilia
se vaya, donde abunda
la juventud alegre y licenciosa
y deja inmenso lucro aquel comercio
de mujercillas, que fortuna grande
había de darle en breve. Persuadiole;
un bajel se fletó secretamente,
y de noche se lleva
todo el ajuar a bordo. Al pobre amante,
dice el rufián que va a cumplir un voto
en el Templo de Venus,
que veis allí, vecino a la ribera
y que después del sacrificio espera
le acompañe a comer. Tras esto vase
furtivamente al mar; el siciliano
y las mujeres y el rufián se embarcan;
se cuenta al joven lo que pasa; al puerto
apresurado corre; a gran distancia
iba la nave ya. Pues yo que miro
que así se van con la infeliz doncella
quise al rufián perder; salvarle a ella.
Bramé tempestüoso;
olas levanté al cielo
altísimas, horrendas; que si suelo
embravecerme en el nacer, más bravo
mi usado giro en occidente acabo.
La nave dio al través; los malandrines
viejo y rufián arroja, que se amparan
de un pelado arrecife;
y la niña al esquife
con otra joven sierva
sobrecogida de pavor se lanza.
Se lanzan temerosas
y a la playa vecina
la alborotada mar las encamina
no lejos de do mora
Démones, de su patria desterrado
como os he dicho ya; cuyo tejado
hizo pedazos esta noche el viento.
Este que sale esclavo es suyo. Al joven
enamorado, que compró la niña
presto veréis; y concluyose el cuento.
Resta que os diga mi palabra extrema:
Vivid, medrad, y el enemigo os tema.