Alvaro Rivero Maldonado

Del monte

Del monte,
centro del mundo obligatorio,
cantan las toscas manos,
cual pueblerina lluvia derretida,
sobre la roca escrita del pasado.
Del monte,
viene la piedra que arrojó el muchacho.
Vienen las voces que me dan la vida.
Viene el orgullo que se esconde adentro.
Viene el milagro de la primavera.
Viene el aroma que me va siguiendo.
Del monte,
ocultas tentaciones milenarias.
frutos de gran poder iridiscente
y frutecidos labios altaneros.
Lo que dejé en la vida,
rige mi soledad envejecida.
Su sombra oculta bajo el ala,
espiga es de un acierto.
Del monte,
cuya bondad conozco de memoria,
rapaces cabras en la altura
y un manantial de formas infinitas.
                                                   El amarillo me sabe a limonada
y cómo refrescaba las tardes de mi tía
y las gallinas ponedoras,
siempre dispuestas a seguir la luz.
Del monte,
llevo un sabor a besos respirados
y una manera extraña de sentir la vida.
Hay un jardín de sol y ecos remotos.
Hay una fuente de eterna juventud,
que  no   lleva al ocaso sepulcral de la muerte,
Sino a la libertad frenética del vuelo
y a la blancura idónea que se respira y canta.
Del monte,
lo que se enciende en torres de nostalgia.
Camino andado del deseo
y proyección eterna de las sombras.
Y ahora, cobardemente despreciado,
porque le canto al tiempo y  sus retinas.
Porque recuerdo el beso con que atinas
y me mantienes en la rutina,
con tus pequeñas manos serpentinas.
Ahora, algo de luz me queda,
para buscar un puente de nostalgias,
que ate mi libertad a tu existencia.
Y repetidas veces me transportes,
al ave enorme en cuyas alas,
amanecí besándote.
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