Si me tocara pedir perdón,
sería a la persona que se refleja en el espejo,
a esa figura que lleva mi nombre
y que en el silencio se quiebra.
Por aferrarme al filo del dolor,
como quien teme a la dulzura de un beso.
Por abrazar las espinas de lo que hiere
y no soltar el naufragio en mi pecho.
Por no volar cuando el cielo era mío,
por no ver que la libertad estaba a mi alcance.
Por permitir que el amor llegara a cuentagotas,
como si no mereciera el abrazo pleno.
Por ser barro en manos torpes,
por verter mis lágrimas en campos desiertos
y recoger las migas de falsas promesas.
Por bajar la mirada ante el mundo
y entregar mi voz al juicio ajeno.
Por silenciar mis pasos por miedo al ruido
y renunciar a mi senda, mi verdad.
Hoy, por fin, me perdono,
por temer al abismo y al error,
por llorar cuando el alma lo exigía
y amar aún cuando dolía.
Ahora me abrazo con las manos del tiempo,
como quien se rescata de su propia herida.
Porque en el perdón florece mi nombre,
y en mi pecho, la vida renace, comienza de nuevo.