He llegado al otoño de mis 61 años,
donde el tiempo camina sin prisa,
y la memoria, como un libro abierto,
atesora páginas que el sol acaricia.
No soy la fuerza que solía alzarse,
ni el fulgor que encendía horizontes,
pero en mi mirada hay un paisaje
que las juventudes aún no conocen.
Cada marca en mi rostro guarda historias,
cada paso es un pacto con la tierra,
y aunque el cuerpo reclame su fatiga,
el alma aún brilla en su propia esfera.
No hay vergüenza en la calma serena,
ni en el peso del saber destilado;
mi andar pausado es fruto del camino
que los años, sabios, han revelado.
Déjame ser la raíz que sustenta,
el sabio que sonríe al ver la vida;
pues aunque mis fuerzas sean escasas,
mi espíritu aún vibra, no se retira.
Así, anciano, me mantengo firme,
no como un estorbo ni un perfil gris;
soy un poema escrito en la piel del tiempo,
un canto que perdura en su lento latir.