Anoto en mi triste diario:
Restaurán El Tordo Azul;
allí conocí un gandul
de profesión ferroviario;
me jura por el rosario
casorio y amor eterno;
me lleva muy dulce y tierno
atá con una libreta
y condenó a la Violeta
por diez años de infierno.
Lo vi por primera vez
en una gran maquinaria
por la línea ferroviaria
de Yungay a la Alameda,
con una chaqueta nueva
de cuero, por la ventana;
talán, talán, la campana
retumba en mi corazón
por el joven conductor
que me hace mil musarañas.
Yo le pregunto contrita
que me dijera su oficio
él me responde malicio
que él es un gran maquinista;
le creo a primera vista
l´entrego mi corazón
y me ha mentido el bribón
según más tarde un amigo
diciéndome: tu marí´o
es un vulgar limpia´or.
Montá en el macho no que´a
otra cosa que amansarlo
pero el indino al notarlo
me armó la feroz pelea;
se cura, se zarandea
con unos tales barrancos,
de farra con unos pacos
llegaba de amanecía;
sufriendo de noche y día
pasé las de Quico y Caco.
A los diez años cumplí´os
por fin se corta la güincha,
tres vueltas daba la cincha
al pobre esqueleto mío
y pa´salvar el sintí´o
volví a tomar la guitarra;
con fuerza, Violeta Parra,
y al hombro con dos chiquillos
se fue para Maitencillo
a cortarse las amarras.