Los hijos no se van, la vida los llama,
y aunque el alma los quiera retener,
sus pasos dibujan su propia trama,
sus alas nacieron para aprender.
Ya no eres su faro, solo un reflejo,
ya no eres su centro, solo un sostén,
los guiaste con amor y consejo,
ahora caminan con su propio bien.
Llevan tu esencia, tu amor y tu risa,
pero el viento reclama su lugar,
como el río que fluye sin más prisa,
como el pájaro que ansía migrar.
Y tú te quedas, raíz en su suelo,
sombra de abrazo, refugio y hogar,
en su memoria, en su tierno anhelo,
en cada paso que los ve regresar.