Un día, en la inocencia del juego eterno,
sus ojos me atraparon sin saber,
y en su risa hallé un brillo tan tierno,
que mi alma empezó su amor a tejer.
Ella jugaba, libre como el viento,
ajena al fuego que en mi pecho ardía,
y yo, perdido en su dulce aliento,
soñaba con un amor que no existía.
Mas entre noches, besos y caricias,
la llama ardiente en cenizas murió,
dejando solo memorias propicias,
a recordar lo que el tiempo borró.
Amigos fuimos, amores soñamos,
pero al final, solos nos encontramos.