El lunes llegó sin previo aviso,
como un ladrón con traje y permiso.
Yo me escondí bajo la almohada,
pero el despertador no perdona nada.
Me levanté con cara de espanto,
pelo enredado y ánimo en llanto.
El café intentó hacer su magia,
pero mis ojeras pedían más gracia.
Salí a la calle medio dormido,
con un calcetín de distinto estilo,
y cuando el bus estaba en la esquina,
recordé que olvidé la mochila.
El jefe me mira, me mira y me mira,
con cara de “hoy no hay salida”,
y mientras me da la charla infinita,
yo sueño con cama y con margarina.
Pero la semana no dura un siglo,
pronto vendrá el viernes divino,
con su promesa de cama y descanso,
y yo gritaré: ¡No vuelvas, lunes malvado!