En la tibia penumbra de la cocina
tus manos y las mías
bailan una danza callada.
El agua hierve su impaciencia,
la cafetera tiembla de aroma
y el aire se llena de promesas.
Colamos el café
como quien filtra el tiempo,
gota a gota,
despacio,
dejando que el calor
nos apriete las ganas.
Tú sostienes la taza,
yo vierto la historia,
y entre el vapor que nos envuelve
se cuela un beso furtivo.
Es amargo y dulce,
como el recuerdo de la noche
que aún duerme en tu pecho.
Revolvemos la espuma,
compartimos el sorbo,
y en cada trago
se desliza
el sabor de un amor
recién hecho.