Cansancio sobre la colina habanera desde donde
observa la ciudad. Haya su lado una silla cubierta
de polvo y un poco más allá pequeños montones de
basura, duros ya como piedra. De repente lo gana el
deseo, bien sabe que absurdo, de numerar la silla lo
mismo que una casa, de asegurarse un lugar hasta
la muerte para gozar los acontecimientos. No siendo
parte, desde lejos, como si estar allí encima concediera
cierta inmunidad, cierta frialdad de juicio al juzgar
lo que ocurre. En días de solo lluvia dormiría bajo
la silla. En días de frío haría fuego con los desechos.
Mientras no llega el instante, simplemente descansa.
Cansado de esperar a que los hijos crezcan. Del pico
que golpea entre las olas. De las tormentas. De los
azares de la autobiografía. De la madrugada de 1994
en la cual lloramos mi esposa y yo porque el mundo
había cambiado al parecer para siempre. De escribir
estas líneas, incluso.