Después de todo lo mismo da el calor que el frío,
una dulce hormiguita color naranja,
una guitarra muda en la noche,
una mujer tendida como las conchas,
un mar como dos labios por la arena.
Un caracol como una sangre,
débil dedo que se arrastra sobre la piel mojada,
un cielo que sostienen unos hombros de nieve
y ese ahogo en el pecho de palabras redondas.
Las naranjas de fuego rodarían por el azul nocturno.
Lo mismo da un alma niña que su sombra derretida,
da lo mismo llorar unas lágrimas finas
que morder pedacitos de hielo que vive.
Tu corazón redondo como naipe
visto de perfil es un espejo,
de frente acaso es nata
y a vista de pájaro es un papel delgado.
Pero no tan delgado que no permita sangre,
y navíos azules,
y un adiós de un pañuelo que de pronto se para.
Todo lo que un pájaro esconde entre su pluma.
Oh maravilla mía,
oh dulce secreto de conversar con el mar,
de suavemente tener entre los dientes
un guijo blanco que no ha visto la luna.
Noche verde de océano que en la lengua no vuela
y se duerme deshecha como música o nido.