Desde lejos escucho tu voz que resuena en este campo,
confundida con el sonido de este agua clarísima que desde aquí contemplo;
tu voz o juventud, signo que siempre oigo
cuando piso este verde jugoso siempre húmedo.
No calidad de cristal,
no calidad de carne, pero ternura humana,
espuma fugitiva, voz o enseña o unos montes,
ese azul que a lo lejos es siempre prometido.
No, no existes y existes.
Te llamas vivo ser,
te llamas corazón que me entiende sin que yo lo sospeche,
te llamas quien escribe en el agua un anhelo, una vida,
te llamas quien suspira mirando el azul de los cielos.
Tu nombre no es el trueno rumoroso que rueda
como sólo una cabeza separada del tronco.
No eres tampoco el rayo o súbito pensamiento
que ascendiendo del pecho se escapa por los ojos.
No miras, no, iluminando ese campo,
ese secreto campo en el que a veces te tiendes,
río sonoro o monte que consigue sus límites,
frente a la raya azul donde unas manos se estrechan.
Tu corazón tomando la forma de una nube ligera
pasa sobre unos ojos azules,
sobre una limpidez en que el sol se refleja;
pasa, y esa mirada se hace gris sin saberlo,
lago en que tú, oh pájaro, no desciendes al paso.
Pájaro, nube o dedo que escribe sin memoria;
luna de noche que pisan unos desnudos pies;
carne o fruta, mirada que en tierra finge un río;
corazón que en la boca bate como las alas.