Nuestro dulce primogénito,
que sabe sentir y amar,
con tu recuerdo perenne
viene mi pena a aumentar.
Fijo en ti su pensamiento,
no te abandona jamás:
sueña contigo y, despierto,
habla de ti nada más.
Anoche, cuando, de hinojos,
con su voz angelical
dijo las santas palabras
de su oración nocturnal;
cuando allí junto a su lecho
sentéme amante a velar,
esperando que sus ojos
viniese el sueño a cerrar,
incorporándose inquieto,
cual presa de intenso afán,
con ese acento que al labio
las penas tan sólo dan,
exclamó como inspirado:
“!Tú no te acuerdas, mamá?
El sol ¡que bonito era
cuando estaba aquí papá!”