Toti Draco

No soy de nadie

Pensar que era el empleado más rutilante del economato de pescadores. Por nimiedades... de  malversación de fondos me acusaron... me encontraron con las manos en la masa. Los dejé anonadados a todos, no dejé títere sin decepcionar. En estos casos no hay amor que valga, así que me denunciaron. Todas las pruebas en mi contra eran resplandecientes.
Por esos avatares de la casualidad fui a parar a La Santé, en Paris. No entraba en mi raciocinio del porqué de todas las cárceles del Francia, me tuvo que tocar la peor de todas. Quizá porque lo mediatizaron de tal forma, que me juzgó la sociedad entera.
Las celdas estaban hechas de cemento mezclado con arena marina, cosa que supe cuando encontré en el suelo algunos restos de caracolas. La primera noche no dormí, todos los ruidos, llantos, gritos, sollozos me exacerbaban de sobremanera. A la mañana, la población carcelaria se conjugaba en el patio trasero luego del desayuno con panes de misterioso aspecto.
–¡Jazmín!– Me gritó uno que tenía un tatuaje nazi en la frente, mientras me tiraba un beso, sus laderos le festejaron el chiste a carcajadas.
Yo no iba a ser el juguete sexual de ningún antisemita, mi integridad no lo iba a permitir. Yo, era ayudante contable, pero también un delincuente sin corazón, y como tal, voy a accionar.
Quité una vara metálica del camastro viejo que me había tocado en suerte y cuando estuve en el patio lo quebré. Mientras todos se distendían, me dediqué sacarle punta y a afilarlo contra la pared y el suelo. No era una obra maestra, pero servirá para mis fines.
Durante el almuerzo, este personaje antagónico tocó mis nalgas y salivándome, me marcó como si yo fuese su ganado. Nuevamente todos reían. Me aparté y me senté a comer. Cuando lo vi distendido, riendo con su séquito me acerqué por detrás y le atravesé el cuello sin más. Me apalearon sus amigos y los guardias hasta dejarme en coma.
Hoy espero en el aeropuerto un avión para que me extraditen a mi querido país, donde seré tratado como uno de los suyos.

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