Toti Draco

BORDE(RS)

Dos falos marcan la hora de las brujas, mientras unos extraños esgrimen y argumentan la danza del vil metal en plena acera. El acuerdo tácito se sella con una caída ojos y un ademán. La apagada túnica cobija apetitos aún no resueltos y el afán de los deseos se agolpan en una vena ahí en la sien. El hombre, que es de lava, rumbea raudo y los tacones de la meretriz hacen palmas sordas en el mismo tranco. Titila un cartel (vacancy) lumínico y ese sonido de neón se hace introducción para la lista de acontecimientos venideros. La llave de la habitación gira en rededor de su dedo, con un acto caballeroso hace pasar su dama para admirar su redondeces. Glúteos marmóreos adornan unas piernas proféticas que avanzan hacia el lecho culmine de un espectáculo del cual siquiera se han abierto las cortinas... sus ancas: “La ceremonia”.
Lo acordado quedó reposando en la mesa de noche, mientras el tapado símil leopardo se desliza por el sillón tantra. El nudo de los zapatos es más sencillo que el broche del sutien. Su cuerpo, de espaldas y desnudo atraviesa cual gacela la habitación sin descuidar el taconeo. El hombre, con su boca tan abierta como sus ojos admira la cadencia de la seducción vestida para matar. El viento estira las cortinas y estas, como que quisieran acariciar la cama. Un gato negro admira una luna llena en el balcón de enfrente.
Las bondades de su figura ya se posaron en la cama, un atrio excelso para lo más puro de los instintos. Con su índice le indica a hombre que es hora de convertirse en persona y dejar atrás su papel de árbol petrificado.
Barry White cantaba “It’s ecstasy when you lay down next to me” de fondo, mientras el hombre descalzo se acercó tímido y vacilante. Se colocó frente a ella, y como una virgen, le descubrió su emoción hecha carne y vigor. Sus pétalos carmesí acariciaron la bastedad de sus dimensiones. La rigidez hilvanada por finas arterias muere en el atolladero que mantiene a raya un frenesí espeso... blancuzco... metálico.
Un beso mariposa hecho susurro acarició sus oídos y ella se recostó exhibiendo la sensualidad granate ante un par de vivos fanales.
El cascabel rebasa la molla y toca la esencia, el meollo de su divinidad en pulpa.
Olas de tablas rechinan en el vaivén del pernocte y el silenció había fallecido un tiempo atrás, obnubilado por el espectáculo de gemidos y tertulias de jadeos durante el paseo del mazo cuneiforme. Se precipitó el balanceo de ambos y culminaron sus bendiciones tendidos en finos lienzos revueltos.
(Cuando abandonaron los aposentos un empleado le preguntó al hombre:
—Oiga... necesito conocer dónde trabaja esa ramera”-
—Es mi esposa, una vez al año tanto deseo se hace poesía a los oídos de aquellos fisgones noctámbulos—)

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