Sor Juana Inés de la Cruz

Que resuelve con ingenuidad sobre el problema entre las instancias de la obligación y el afecto.

   Supuesto, discurso mío
que gozáis en todo el orbe,
entre aplausos de entendido,
de agudo veneraciones,
 
   mostradlo en el duro empeño
en que mis ansias os ponen,
dando salida a mis dudas,
dando aliento a mis temores.
 
   Empeño vuestro es el mío;
mirad que será desorden
ser en causa ajena agudo
y en la vuestra propia torpe.
 
   Ved que es querer las causas,
con efectos desconformes,
nieves el fuego congele,
que la nieve llamas brote.
 
   Manda la razón de estado
que, atendiendo a obligaciones,
las partes de Fabio olvide,
las prendas de Silvio adore.
 
   O que al menos, si no puedo
vencer tan fuertes pasiones,
cenizas de disimulo
cubran amantes ardores.
 
   ¡Qué vano disfraz la juzgo!
Pues harán, cuando más obren,
que no se mire la llama
no que el ardor no se note.
 
   ¿Cómo podré yo mostrarme,
entre estas contradicciones,
a quien no quiero, de cera,
a quien adoro, de bronce?
 
   ¿Cómo el corazón podrá,
cómo sabrá el labio torpe
fingir halago, olvidando,
mentir, amando, rigores?
 
   ¿Cómo sufrir abatido,
entre tan bajas ficciones,
que lo desmienta la boca
podrá un corazón tan noble?
 
  ¿Y cómo podrá la boca
cuando el corazón se enoje,
fingir cariños, faltando
quien le ministre razones?
 
   ¿Podrá mi noble altivez
consentir que mis acciones
de nieve y de fuego sirvan
de ser fábula del orbe?
 
   Y yo doy, que tanta dicha
tenga, que todos los ignoren:
para pasar la vergüenza
¿no basta que a mí me conste?
 
   Que aquesto es razón me dicen
los que la razón conocen:
¿pues cómo la razón puede
forjarse de sinrazones?
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   ¿Qué te costaba, hado impío,
dar al repartir tus dones
o los méritos de Fabio
o a Silvio las perfecciones?
 
   Dicha y desdicha de entrambos
la suerte les descompone,
con que el uno su desdicha
y el otro su dicha ignore.
 
   ¿Quién ha visto que tan varia
la fortuna se equivoque
y que el dichoso padezca
porque el infelice goce?
 
   No me convence el ejemplo
que en el Mongibelo ponen,
que en él es natural gala
y en mi violencia disforme.
 
  Y resistir el combate
de tan encontrados golpes
no cabe en lo sensitivo
y puede sufrirlo un monte.
 
  ¡Oh vil arte cuyas reglas
tanto a la razón se oponen,
que para que se ejecuten
es menester que se ignoren!
 
   ¿Qué hace en adorarme Silvio?
¿Cuando más fino blasone,
quererme es más que seguir
de su inclinación el norte?
 
   Gustoso vive en su empleo
sin que disgustos le estorben:
¿pues qué vence, si no vence
por mí en sus inclinaciones?
 
   ¿Qué víctimas sacrifica,
qué incienso en mis aras pone,
si cambia sus rendimientos
al precio de mis favores?
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   Más hago yo; pues no hay duda
que hace finezas mayores
que el que voluntario ruega,
quien violenta corresponde.
 
   Porque aquél sigue obediente
de su estrella el curso dócil,
y éste contra la corriente
de su destino se opone.
 
   Él es libre para amarme,
aunque otra su amor provoque.
¿Y no tendré yo la misma
libertad en mis acciones?
 
   Si él restituir no puede,
su incendio mi incendio abone:
violencia que a él le sujeta,
¿qué mucho que a mí me postre?
 
   ¿No es rigor, no es tiranía,
siendo iguales las pasiones,
no poder él reportarse
y querer que me reporte?
 
   Quererle porque él me quiere
no es justo que amor se nombre:
que no ama quien para amar
el ser amado supone.
 
  No es amor correspondencia:
causas tiene superiores,
que las concilian los astros
o la engendran perfecciones.
 
   Quien ama porque es querida,
sin otro impulso más noble,
desprecia el amante y ama
sus propias adoraciones.
 
   Del humo del sacrificio
quiere los vanos honores,
sin mirar si al oferente
hay méritos que le adornen.
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   Ser potencia y ser objeto
a toda razón se opone;
porque era ejercer en sí
sus propias operaciones.
 
   A parte rei se distinguen
el objeto que conoce;
y lo amable, no lo amante,
es blanco de sus arpones.
 
   Amor no busca la paga
de voluntades conformes;
que tan bajo interés fuera
indigna usura en los dioses.
 
   No hay cualidad que en él pueda
imprimir alteraciones
del velo de los desdenes,
del fuego de los favores.
 
   Su ser es inaccesible
al discurso de los hombres;
que aunque el efecto se sienta,
la esencia no se conoce.
 
  Y en fin, cuando en mi favor
no hubiere tantas razones,
mi voluntad es de Fabio:
Silvio y el mundo perdonen.
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