Me despierto una mañana, otra mañana, la misma mañana de siempre. Tratando de acelerar el tiempo, pero mi café de buen día se siente eterno.
Vivo más allá que acá, en mi mañana, en tu mañana, y dios me oiga, en el nuestro.
Como no hay nada que de más certeza que el deseo sigo. Que imposible se me hace vivir en el hoy y sin embargo parece que en mi futuro mi café sigue siendo insípido, eterno.
Ya lo dijo Charlie: “te encontrare una mañana dentro de mi habitación y prepararás la cama para dos”
En algún lugar del camino te perdí, me perdiste, nos perdimos.
Y al final los recuerdos a flor de piel no son más que eso. Fragmentos de lo que deseo para mi futuro. Pero hasta que llegue, hasta que me mi futuro ideal me abrace, me agarre de la cara y me diga “acá estoy, gracias por esperarme” solo me queda aceptar que aunque mi futuro esté allá afuera, en donde la gente que nunca te conoció (pobres de ellos) reside, me quedo acá, en la mañana lúgubre encerrada entre paredes blancas, encerrada en vos.
Solo me queda aceptar las pastillas de esta señora con pelo canoso y vestida de blanco, que no me deja salir porque otra señora canosa pero vestida de azul (con un rango más alto) le dice que no estoy en condiciones de reinsertarme en la sociedad o volver a sentir como una persona normal.
Pero que saben ellos de sentir si nunca agarraron tu miedo con las manos, si nunca vieron el horror que VI yo, el accidente, el puto accidente.
Mi futuro es este: revivirlo. Hasta que las señoras de blanco cumplan su cometido de una vez y por todas: convencerme por completo de que nunca me exististe.
Que sea lo que quien controle este mundo retorcido quiera, no estoy segura de si se le puede llamar Dios