ORACULARIDAD INVERTIDA
Voy anotando imágenes:
La nitidez borrada de la noche.
La sombra imposible de una pared.
El aparente control de los ventrílocuos.
¿Qué sonido cantará un adivino dormido?
Voy creando misterios:
Una uña temblorosa por el vicio.
Un naipe previsto por el grito del azar.
Un beso de amantes empujado por las palabras.
¿Habrá algo que apriete un enigma
para poderme beber su pulpa?
Voy apilando versos, por lo tanto, armas,
por lo tanto,
señales:
debo decir, decir decir.
Debo decir y ser dicha.
Por un muñeco, una sílaba,
un arcano, un par de siluetas análogas.
Debo decir.
Jamás será lo mismo hablar
que no hacerlo
y, sin embargo,
no toda retórica es capaz
de dibujar una metáfora
que mate.
Voy pateando moldes:
Tesis, ensayos, pappers.
Verificaciones de una voz muda.
Empirismos de corona sin cólera.
Cabezas de bocas mustias, mieles sin pezón,
lenguas desafiladas, lánguidos de ambo,
tubos de ensayo sin error.
Electrochoques exorcistas. Evidencias. Piensoluegoexis...
DSM1, DSM2, DSM3, DSM4, DSM5, DSM3500...
Decir, decir, decir.
Aturdo a los renglones
en su cuadrícula de nieve.
Decir, decir, decir.
Sin inspiración
y con este pulso descontrolado
de salivar vomitando sobre el mundo.
Decir, decir, decir...
¿Dónde habré puesto
el último pelo pegado al silencio?
Y así, voy descubriendo
que lo inexplicable es el humo
—de la carne y de la mancia,
de la mano y de lo oculto–
que se inhala
en la vida
y se traga
en la muerte.
