Mi cuerpo no es un templo.
Si la sangre que cae de mi concha
toma la forma de una palabra,
será la de la blasfemia, la del líquido fatuo,
la del enchastre.
Pero nunca la que entre en un altar.
Tener útero es un accidente biológico,
un juego de piezas móviles,
una casualidad cósmica:
el poder de gestar no me convierte en ser de luz.
¡Como si volverse ser de luz fuera deseable!
¡Oh, sanaciones maternas!
¡Oh, sesiones de encuentros álmicos!
¡Oh, gran madre Pacha de genealogías ancestrales!
¡Basta!
Mi cuerpo no es un templo.
Las ceremonias de ovarios
son una escena solemnemente seca
de quienes prefieren limpiar su piel
a mancharla.
La menstruación no me vuelve santa.
¡Como si volverse santa fuera deseable!
¡Oh vagina de pureza absoluta!
¡Oh piedra obsidiana que me unges de poder!
¡Oh mujer angelada!
¡Oh círculo de mujeres tribu!
¿Qué ven ahora?
¿A una poeta llorapija que necesita aprobación masculina?
¿A una que sostiene al patriarcado en cada verso insidioso, podrido?
¿A una que no les cree sus buenas intenciones?
¡Basta!
La resiliencia es el opio de los cuerpos.
El victimismo sexista, un asesinato al placer.
Solo queda un acto de resistencia:
vivir perversa y eróticamente.
Oigan bien: ¡Vivamos perversa
y eróticamente!
¡El flujo es fluido gozoso
y no cáliz del alma!
¡Antes de deconstruir,
prefiero destruir!
¡Los ministerios son enemigos
de los misterios!
¡Hasta la sexóloga más cool open mind
es profeta de la Razón
y no ventrílocua del trance exploratorio!
¡Vivamos perversa
y eróticamente!
Un cuerpo sagrado no puede ser nunca
un cuerpo poético.