Severo Sarduy

Ya lo ves, de aquella brasa...

Ya lo ves, de aquella brasa
cuyo ardor te calcinó,
saciado, sólo quedó
dispersa ceniza escasa.
Muda inconstancia que abraza
el aparente sentido
del cuerpo obscuro y prohibido
—o del tuyo en el espejo
de la otra piel–. No me quejo
de arder. Ni de haber ardido.
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