Entrando en ti, cabeza con cabeza,
pelo con pelo, boca contra boca:
el aire que respiras –la fijeza
del recuerdo–, respiro y en la poca
luz de la tarde –rayo que no cesa
entre los huesos abrasados– toca
los bordes de tu cuerpo; luz que apresa
la forma. Ya su cénit la convoca
a otro vacío donde su blancura
borra, marca de arena, tu figura.
El día devorando de sonidos
quema, de trecho en trecho, su espesura
y vuelca de ceniza la textura
en la noche voraz de los sentidos.