Sara de Ibáñez

La ráfaga

Tuvo en la mano el ramo erguido,
 brioso relámpago de fiesta.
Por las corolas de ascendía
la luz amarga de la tierra,
la luz del hueso amanecido,
la luz en trance de cometa,
 la luz alzada por su rostro
contra el fragor de la tiniebla;
la luz audaz que abre en su risco
despeñaderos a la abeja,
la luz que andaba por sus ojos
sobre las lágrimas sedientas.
 
Tuvo en la mano el ramo ardiente,
frágil espejo de su niebla,
hijo dulcísimo del polvo,
vuelo del polvo en primavera,
toda la sombra sus pendida
sobre un suspiro que bravea.
 
Vientos salieron de lo oscuro
donde se fraguan las tormentas,
aires vinieron de los antros
donde la sangre se destrenza,
vientos de espina dislocada,
modos del cierzo y la marea,
torciendo nubes de palomas
matando orugas y azaleas;
vientos de muerte entre las ramas
donde la nieve cabrillea.
 
Brilla la mano poderosa
de tenues vínculos suspensa,
sobreviviente del estrago,
sobre el tesoro yerto, cuelga,
mientras se borran los jardines
en la sonrisa de la tierra
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