Salvador Díaz Mirón

Duelo

Llego entre dos esbirros, que no dudan
de que a un monstruo feroz guardan y aquietan.
Gritos desgarradores me saludan
y brazos epilépticos me aprietan.
 
Suspenso en el umbral callo y vacilo.
Alto y grueso blandón muestra y agrava
con lampo incierto el espantable asilo.
La llama teme al soplo, sesga y flava...
¡Pugna por arrancarse del pabilo
y huir de penas que ilumina esclava!
 
Sobre mezquino y enlutado lecho,
y en negro traje que semeja extraño,
y las manos unidas en el pecho,
y al vientre hielo y en la faz un paño,
el cuerpo yace inmóvil y derecho.
 
Y ante la forma en que mi padre ha sido,
lloro, por mas que la razón me advierta
qué un cadáver no es trono demolido,
ni roto altar, sino prisión desierta.
 
¿Qué amigo que no acuda y me acompañe?
la turba, que penetra sin permiso,
rodea el catre funeral y plañe;
y en el cercano templo el bronce tañe
lento y lúgubre adiós al manumiso.
 
Al pueblo el bardo es gracia y no carcoma.
Es como el floripondio de la linde
qué cándido y triunfal surge y asoma,
y al polvo de la senda torna y rinde
el noble cáliz y el piadoso aroma.
 
¡Oh ingenio que subsiste, que arribaste
al eminente y suspirado extremo!
¿Por qué de la fortuna te quejaste
en los acentos del dolor supremo?
 
 
¡Ay de mi, que rabioso en un erío
y a mitad de la ruta estoy parado;
que anhelo y lucho por cruzar un río
y no hallo puente, ni batel, ni vado;
y miro allá, por campo labrantío,
la fausta meta en el opuesto lado,
y el sol morir, con victorial decoro,
bajo un dosel de púrpura y de oro!
 
Oigo decir de mi destino a un chusco:
“Talento seductor; pero perdido
en la sombra del mal y del olvido...
Perla rica en las babas de un molusco
encerrado en su concha y escondido
en el fondo de un mar lóbrego y brusco...”
 
En sublime absorción hurgo la mente:
medito con asombro en ese paso
de todas las estrellas a un ocaso
que allende una ilusión resulta Oriente...
y me inclino arrobado y reverente.

Veracruz. El 4 de enero de 1895.

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