XLII
Rocío de mi barba cenicienta,
dulcinea del oso y el madroño,
corchea que me canta las cuarenta,
sultana de maguey, jersey de otoño.
Abono de las plantas de mis labios,
lámpara milagrosa de Aladino,
bella durmiente que desgrava agravios,
detergente que lava mi destino.
No vuelvas a rodar por la escalera,
cuando no haya un portero, a ras del suelo,
que medie entre tu alma y los chichones.
Convídame a fundar la primavera,
no me cierres las puertas de tu cielo
lleno de caramelos y bombones.