Una madruga Raúl Alejandro Donandueno estiró el pie y no pudo tocarla,
luego lo intentó con el brazo pero ella no estaba.
Abrió los ojos y se vio mirado por la soledad.
Entonces con la punta de la yema tocó la pequeña cruz de la ventana,
se comprendió ignorado en la amistad,
y desde luego,
en el amor.