Errumpen todas las velas
a flamear con los besos del viento;
que bufa como un demonio
el nordeste.
Por la barroca esmeralda
del oleaje –que franjea
una cinematográfica amatista
estelar– derivan todas las velas
que salen para alta mar.
Se hinchan rechonchas
ocres, negras, rojizas,
y tremulan ligeras en su fuga.
Fláccidas se balancean
las que tornan de pescar
coronando, entre nácar de peces
y azabache de redes, su visión
lenticular...