Raúl González Tuñón

Casa de remate

Armatostes insignes! Todavía maduros,
cuánta vida a su orilla es hoy podrida muerte,
cementerio de gestos y voces y cenizas.
 
Armarios, mesas, cómodas, sillones,
que fueron vegetal estremecido,
aserradero y éxtasis.
 
Guardaron los secretos familiares,
como animales fieles y callados y lentos
¡compresivos!
 
El hogar, la provincia,
el adorno de los candelabros,
la represión sexual
y el deseo de los daguerrotipos.
 
Y cuántas frases célebres,
cuántos niños prodigio con violines,
cuánta vajilla fallecida,
cuánto termómetro,
cuánta carta con noticias que un tiempo conmovieron,
cuánto viaje que nunca realizaron
porque, a lo sumo, con los cuadros cirios
ardiendo todavía, alguien que sale,
alguien a quien se llevan
hacia la soledad y los gusanos,
hacia la nada activa.
 
Algo de abandonadas estaciones,
algo de teatro clausurado,
algo de recepción deshabitada,
algo de espectro real, concreto espanto,
y de naufragio sin naufragio.
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