Raúl González Tuñón

El cementerio patagónico

A VECES el viento patagónico es un cazador barbudo y alto.
Viene como la música, trae los ruidos del desierto y la
 montaña.
Marcha de puesto en puesto entre balleneros, entre
 quillangos.
Marcha de pueblo en pueblo entre gin, entre pescadores,
 entre fulleros.
Marcha de campamento en campamento
entre canallas enriquecidos con la sangre de los
 desgraciados.  
Marcha de puerto en puerto entre rufianes, entre palomas
 heladas y garúas,
entre asesinatos, entre monedas chilenas y argentinas,
 trashumante.
Las prostitutas de los climas sureros lo siguen, alucinadas.
Todas las prostitutas –en su mayoría pelirrojas– lo
  siguen.
 
El continúa su marcha, la escopeta al hombro, los ojos
 llovidos.
Él, el vientre del cazador, continúa su marcha
y va a perderse hacia quién sabe qué archipiélago,
hacia quién sabe qué cinematógrafo,
hacia quién sabe qué enloquecida alcantarilla.  
A veces, nuevo avatar, el viento patagónico es una sirena
 del aire.  
En los hangares de la madrugada atrae a los aviadores.
Los pequeños mecánicos comprueban con júbilo
la velocidad del viento a ras de tierra
y cuando arriba el altímetro señala una capa favorable
 de aire
la sirena los lleva con su canto,
la terrible sirena los lleva con su canto de brumas y
 lloviznas y nieve,
y ellos van a estrellarse
sobre enormes malolientes colonias de elefantes y lobos
 marinos,
sobre plantas de petróleo, sobre columnas de asustados
 guanacos,
sobre los rojos galpones de las curtidas villas del Sur.
 
Cazador o sirena el viento manda en la Patagonia.
Cazador o sirena se detiene en el corazón de Patagonia.
Él, cazador o sirena,
Camarada de los auténticos trabajadores de la Patagonia
 se detiene  
y va a rendir a la ceniza de los obreros asesinados por
 el Gobierno,
un homenaje de silencio cargado de tormenta. Trashumante.
 
En Santa Cruz, entre el mar y los montes
yo he visto el pequeño cementerio de los huelguistas
 fusilados.
Unos, mal enterrados, en la fosa abierta por ellos,
asoman la punta del zapato con tierra y lagartijas.
Otros, enterrados vivos quizá,
una mano de hueso implorante picoteada por los cuervos. Y no es extraño ver a lo largo del camino restos de otros,  
curioso contenido de la intemperie.
Las caravanas de los desposeídos de la tierra, las largas
filas de linyeras forzados,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la
 tierra
en busca del pan y de la muerte,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la
 tierra en busca de la nostalgia y el olvido,
se detiene ahí, donde, el oasis del viento patagónico, la tierra
 estéril lanza
sus perros amarillos.
Allí donde la aullante tierra reseca desafía a las nubes,
viajeras de tres cielos
Allí, donde las brújulas de los barcos perdidos, ya fantasmas,
señalan contra las costas, al fin, el rumbo de una próxima
 venganza.
 
Y es inútil, tuertos, sin pierna, todos los marineros ha partido.
Todos los petroleros han partido
y las calderas pueden estallar a la salida del gran golfo.
Todas las prostitutas han partido detrás del viento cazador.
Todos los aviadores de línea han despegados
y van detrás de la sirena viento.
Los peones del campo, las hormigas del cuero, el
 frigorífico y la lana han partido.
Y los recaudadores de Tierras y Colonias han partido.
Y ellos quedaron solos con las blusas agujereadas
y con los agujeros de la carne sin la carne.
Únicamente el viento cazador o sirena, adormece dulcementesu muerte.
Adormece delicadamente su putrefacta muerte, esa útil
 muerte.
Ese violento arroyo de ceniza Que subterráneamente ha desembocar en la revuelta
y en cuyas aguas, grises y calientes, mi voz templa un
 acero conocido.
Preferido o celebrado por...
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