Aquí estoy desde el día en que varó la rosa.
Nadie podrá saber quién distrajo su rumbo.
Aquí fui destruyéndome y hoy, casi vuelto al árbol,
sólo la fiel madera permanece en su forma
La tempestad me trajo del pedrusco y el limo
que arrebaté al secreto de las aguas atroces.
Los náufragos partieron y el capitán, sin novia,
quedó en los arrecifes lejanos del olvido.
Cuando la luna saca mi mascarón a flote
la aventura vacía se puebla de recuerdos,
donde en el remolino de las ondas amargas
una paloma besa la frente de la noche.
Vuelvo a ver hondos puertos de carbón y de sal,
tiestos en la ventana del aduanero triste,
y oigo los acordeones que en los barcos de sombra
dicen dulces Italias en nostalgia de mar.
Vuelvo a ver marineros que cantan en las fondas,
deliciosos tatuajes con nombres de mujeres,
la cajita de música y el pontón fatigado
en donde el ángel vela su sueño de gaviota.
Vuelvo a ver horizontes de aldeas sumergidas,
lavanderas que lloran a los maridos muertos,
callejones con fondos de silueta de ahorcado
y el muelle, cuando atracan las ratas perseguidas.
He bordeado la isla de florida fragancia
la tarde en que me vieron pasar los pescadores.
Yo iba a recoger a sus hijos perdidos
en el feroz remanso que devoró la balsa.
Vencedor de la niebla, timonel del ojo astuto,
por los ríos famosos cargué placer y pena,
alegres contrabandos de amores fugitivos,
el jugador fullero y el leñador oscuro.
Ni los soles tremendos ni la bruma enervante
consiguen abatir mi esqueleto solemne.
Sólo turban la paz de mi prisión mecida
los asaltos furtivos de los niños salvajes.
Quisiera ser un puente, un andamio, un refugio
en la lluvia o el féretro de los exploradores.
No estar aquí tumbado, deshabitado, eterno.
Quisiera ser el arca del último diluvio.
A veces desde el tiempo, por la playa desnuda
viene Mary Celeste. Su adolescencia errante
bajo la Cruz del Sur se tiñe extrañamente
y me contempla, solo, desierto de la espuma.
Su clara aparición me hace amar esta orilla,
el otoño mojado y mi antigua congoja.
Entonces un albatros nace en alguna parte,
y se torna dorada mi magnífica ruina.