Un faquir del Oriente, alto y escueto,
Me ha revelado, amada, este secreto:
En una de las salas espaciosas,
de Dios en el alcázar, bulliciosas,
jugaban una noche dos estrellas
como tú, esplendorosas, como tú, luminosas,
y como tú mi bien, blancas y bellas.
Había en aquella estancia soberana,
un soberbio jarrón de porcelana,
milagro de trabajos y desvelos
de algún celeste orfebre, y contenía
orgullo y luz, perfume y ambrosía,
en una celeste policromía,
rosas que Dios cortaba cada día
del jardín misterioso de los cielos.
Estimaba el Señor de los señores
más que todas las flores
de sus bellos jardines siderales
a aquel jarrón de porcelana, al grado
que a todo el mundo le tenia vedado
el cruzar de la sala los umbrales,
pero dejóla abierta… por descuido
y como lo prohibido
causa apetito, aquellas,
dos traviesas estrellas,
como tú, candorosas,
como tú bulliciosas
como tú, mi bien rubias y bellas,
a jugar se pusieron y en su vuelo
rápido y prodigioso,
dieron contra el jarrón maravilloso
y el pobre se hizo añicos en el suelo.
Tras de percance tal, las desdichadas
estrellas se miraron asombradas,
y de Jehová temiendo los enojos
y el seguro castigo, en busca de un abrigo
vinieron a escondérsete… en los ojos.
Ya ves que sé el secreto. Y enterado
del percance, Jehová, muy enojado
busca por dondequiera las estrellas
que el jarrón portentoso le quebraron,
y del cielo escaparon,
¡mas las esconden tus pupilas bellas!
Y ya que crimen tal has encubierto,
¡no digas que no es cierto!
que al ver tus ojos lo comprendo ahora
de él me aprovecho, y en amante exceso…
si no me das un beso,
te acuso ante Jehová de encubridora…