Rafael de León

Romance de “La Lirio”

Por la arena de la playa
va con un hombre “la Lirio”.
La tarde pone en sus ojos
un barco de plata y vidrio,
mientras que Cádiz se enciende
a lo lejos como un cirio,
en un altar encalado
de torres en equilibrio.
 
—No sé qué sería de mí
si me dejaras, mocito—,
suspira dulce y lejana
y en un sollozo, “la Lirio”.
 
El hombre moreno y alto
con voz de viento salino
le dice mientras su talle
aprieta como un jacinto:
—Llevo tu nombre en el brazo
tatuado desde niño
y en el corazón un ancla
de juramento perdido.
 
Por la arena de la playa
viene cantando un chiquillo:
 
La Lirio, la Lirio tiene,
tiene una pena la Liro
y se le han puesto las sienes
moraítas de martirio.
 
Cádiz, de cal, a lo lejos,
huele a guitarra y a vino.
“La Bizcocha” es una vaca
con sortijas en los dedos,
voz de aguardiente de Rute
y cintura de brasero.
“La Bizcocha” lleva siempre
en su labio amarillento
una colilla colgada
y una blasfemia en acecho.
 
—¿No vino “la Lirio”?
—No,
responde una voz en eco
—¡Mardita sea...!
La colilla
cae de los labios al suelo,
como un sucio equilibrista
que cayera de un trapecio.
Y por la taberna va
un taco de carretero
que se clava en la flamenca
de un cartel de toros viejo.
 
En una mesa, con sorna,
canta un viejo marinero:
 
Se dice si es por un hombre,
se dice que si es por do;
pero la verdá del cuento
¡Ay, Señó de los tormentos!
la saben la Lirio y Dió.
 
Sobre el mostrador, borracha,
“La Bizcocha” está durmiendo
un sueño de peluconas
con “la Lirio” de por medio.
 
—¿Estará el barco en la playa?
—Estará al amanecer...
—Pos descanse usía tranquilo,
que allí se la llevaré.
—¿Y si ella no quiere, vieja?
—Poco sabe su mersé
de las razones que tiene
mi “menda” pa convensé...
¡Sincuenta moneas de oro!
¡Vaya rasones, y olé!
 
Y una voz entre la sombra
termina el romance aquel:
 
Que fue con un bebediso
de menta y ajonjolí;
que fue una noche de luna,
que fue una tarde de abrí.
 
—está mi blanca novia,
dónde está que no la veo?
 
(Un barco en la madrugada
se va perdiendo a lo lejos...)
 
—¿Dónde está “la Lirio”, dónde,
que yo sin verla me muero?
 
(Mocito, busca otra novia
porque esa tiene ya dueño
y va en un trono de espuma
navegando mar adentro...)
 
—Mira su nombre en mi brazo,
sobre mis venas latiendo,
y en mi pulso y en mi lengua
y en la punta de mis dedos.
 
(Para tapar ese nombre
ponte un brazalete negro...)
 
—¡Mira que la llevo aquí
crucificada en mis centros!
 
(Arráncate las entrañas
y da tu dolor al viento...)
 
¡Mira que de no mirarla
me estoy muriendo y muriendo!
 
(Pues encomienda tu alma
porque ese amor está muerto...)
 
Amarga, de Puerta Tierra,
viene la voz de un flamenco:
 
A la mar maera,
y a la Virgen, cirio,
y pa duquitas, mare de mi arma,
pa duquitas negras,
las que tié la Lirio.
 
Caminito de las Indias
un barco se va perdiendo.
“La Lirio” corta sus trenzas
con tijeritas de acero,
llenando el mar de suspiros
y el aire de juramentos,
mientras que, roto, en la playa
—veleta de amores muertos—,
clavando su desengaño
en la Rosa de los Vientos,
moreno de sal y luna,
llora y llora un marinero.
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