¡Te quiero!, –me dijiste,
y la flor de tu mano
puso un arpegio triste
sobre el viejo piano.
(En al ventana oscura
la lluvia sonreía...
Tamboril de dulzura.
Gong de melancolía.)
–¿Me querrías tú lo mismo?–
Y en tu voz apagada
hubo un dulce lirismo
de magnolia tronchada.
(La lluvia proseguía
llorando en los cristales...
Cortina de agonía.
Guadaña de rosales.)
–¡Para toda la vida!–,
te dije sonriente.
Y una estrella encendida
te iluminó la frente.
(La lluvia proseguía
llamando en la ventana
con una melodía
antigua de pavana.)
Después, casi llorando,
yo te dije: –¡Te quiero!–
Y me quedé mirando
tus pupilas de acero.
–¡Para toda la vida!–
dijiste sonriente,
y una duda escondida
me atravesó la frente.
(En la ventana oscura
la lluvia proseguía
rimando su amargura
con la amargura mía.)