Religious Procession in Kursk Province, by Iliá Repin
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Efraín Huerta Efraín Huerta

Efraín Huerta (Silao, Guanajuato, 18 de junio de 1914 - Ciudad de México, 20 de febrero de 1982). Poeta mexicano. Legado principal El legado principal de Efraín Huerta es el libro Los hombres del alba (1944) que marca una ruptura con las formas poéticas utilizadas hasta ese momento. Es uno de los libros cumbres de la poesía hispanoamericana del siglo veinte. Comienzos Efraín Huerta Romo fue uno de los poetas más reconocidos de México, cuyos versos se caracterizaban por ir en contra de lo establecido en términos estilísticos. Fue además un activista político de la izquierda latinoamericana. Inició sus estudios de derecho en la ciudad de México, pero los abandonó para dedicarse al periodismo y a la literatura. Su primer poemario (Absoluto amor), se caracterizó por su liricismo amoroso, pero tras su vinculación con la revista Taller evolucionó hacia una poesía que reflejaba tanto la subjetividad personal como las circunstancias políticas y sociales. A partir de 1950 inició el movimiento neovanguardista de "El cocodrilismo" por lo que fue conocido como "El gran Cocodrilo". Trayectoria De 1938 a 1941 participó en la publicación de la revista literaria Taller, al lado de sus compañeros universitarios que se dedicaban a las letras (Alberto Quintero Álvarez, Octavio Paz y Rafael Solana, entre otros). Entre los muchos premios que el otorgaron, recibió las Palmas Académicas del gobierno de Francia en 1945, en 1975 el Premio Xavier Villaurrutia,2 el Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 1976,3 y el Premio Nacional de Periodismo en divulgación cultural de 1978 por su trabajo en el suplemento El Gallo Ilustrado del periódico El Día.4 Fue uno de los periodistas cinematográficos más importantes de México y sus columnas aparecieron en prácticamente todas las revistas especializadas de las décadas de 1940 y 1950. Sus columnas de tema literario y político aparecieron también en los principales diarios del país desde los años treinta hasta 1982, año de su muerte. Obra poética Su poesía fue reunida en un tomo de más de seiscientas páginas editado por Martí Soler y publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1988. * 1935 - Absoluto amor * 1936 - Línea del alba * 1944 - Los hombres del alba * 1943 - Poemas de guerra y esperanza * 1950 - La rosa primitiva * 1951 - Poesía * 1953 - Poemas de viaje * 1956 - Estrella en alto y nuevos poemas * 1957 - Para gozar tu paz * 1959 - ¡Mi país, oh mi país! * 1959 - Elegía de la policía montada * 1961 - Farsa trágica del presidente que quería una isla * 1962 - La raíz amarga * 1963 - El Tajín * 1973 - Poemas prohibidos y de amor * 1974 - Los eróticos y otros poemas * 1980 - Estampida de poemínimos * 1980 - Transa poética * 1985 - Estampida de Poemínimos Entre sus muchos poemas destacan sus Poemínimos, diminutos poemas parecidos a los haikus, entre ellos el titulado Pequeño Larousse, que habla de lo que dice su entrada en dicho diccionario enciclopédico: "...Nació En Silao. 1914. Autor De versos De contenido Social..." Embustero Larousse. Yo sólo Escribo Versos De contenido Sexual. Y el titulado Tótem: Tótem Siempre Amé Con la Furia Silenciosa De un Cocodrilo Aletargado Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Efraín_Huerta

José Hierro José Hierro

José Hierro del Real (Madrid, 3 de abril de 1922 - Madrid, 21 de diciembre de 2002), conocido como José Hierro o Pepe Hierro, fue un poeta español. Pertenece a la llamada primera generación de la posguerra dentro de la llamada poesía desarraigada o existencial (publicó en las revistas Espadaña y Garcilaso). En sus primeros libros, Hierro se mantuvo al margen de las tendencias dominantes y decidió continuar la obra de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Pedro Salinas, Gerardo Diego e, incluso, Rubén Darío. Posteriormente, cuando la poesía social estaba en boga en España, hizo poesía con numerosos elementos experimentales (collage lingüístico, monólogo dramático, culturalismo...) Nació en Madrid en 1922, aunque la mayor parte de su vida la pasó en Cantabria, puesto que su familia se trasladó a Santander cuando José contaba con apenas dos años. Allí cursó la carrera de perito industrial, pero se vio obligado a interrumpirla en 1936, al comienzo de la Guerra Civil Española. Al finalizar la guerra fue detenido y encarcelado por pertenecer a una "organización de ayuda a los presos políticos", uno de los cuales era su propio padre, Joaquín Hierro, un funcionario de Telégrafos que el 18 de julio de 1936 interceptó el cable con que la Capitanía Militar de Burgos quería sublevar a la guarnición de Santander, pagándolo con la cárcel; su hijo también fue a prisión por sacar información de la misma cuando lo visitaba. Pasó cinco años encarcelado y fue liberado en enero de 1944 en Alcalá de Henares; hasta 1946 vivió en Valencia. Allí, en el Café El Gato Negro, participó en una tertulia literaria a la que asistían Ricardo Blasco, Angelina Gatell, Alejandro y Vicente Gaos, y Pedro Caba Landa, entre otros. Desempeñó entonces diversos oficios pane lucrando. En 1948, en el Diario Alerta de Santander, hizo su primera crítica pictórica -sobre la obra del pintor burgalés Modesto Ciruelos (íntimo amigo que falleció también en 2002), labor que continuó ejerciendo en distintos medios de comunicación, especialmente en Radio Nacional y el Diario Arriba de Madrid. En 1949 contrajo matrimonio con María de los Ángeles Torres. Funda la revista Proel, junto con Carlos Salomón y hasta 1952 dirige las publicaciones Cámara de Comercio y Cámara Sindical Agraria, para instalarse al fin en Madrid, donde reinició su carrera de escritor. Trabaja en el CSIC y en la Editorial Nacional. Colaboró en las revistas poéticas Corcel, Espadaña, Garcilaso. Juventud creadora, Poesía de España y Poesía Española, entre otras. Participó en los Congresos de Poesía de Segovia, 17 al 24 de junio de 1952 y Salamanca, 5 de julio de 1953; fue elegido miembro de la Real Academia Española en abril de 1999, pero no llegó a leer el discurso de ingreso porque poco después, en 2000, sufrió un infarto de miocardio que se le complicó con un enfisema por tabaquismo, de lo cual murió el 21 de diciembre de 2002. Poseía la curiosa superstición de no poder escribir nunca en su propia casa; era normal verlo en la cafetería de Avenida Ciudad de Barcelona, en Madrid; en ella y en otros cafés escribió toda su obra. Era sin embargo un trabajador lento y minucioso: algunos de sus poemas tardaron años en encontrar la forma definitiva. También se dedicó al dibujo ocasionalmente. José Hierro fue Premio Adonáis en 1947, Premio Nacional de Poesía (1953 y 1999), Premio de la Crítica (1958 y 1965), Premio de la Fundación Juan March (1959), Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1981, Premio Fundación Pablo Iglesias en 1986, Premio Nacional de las Letras Españolas en 1990, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1995, Premio Cervantes en 1998, Premio Europeo de Literatura Aristeión en 1999 y Premio Ojo Crítico en 1999. Doctor Honoris Causa de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en 1995 y en 2002 por la Universidad de Turín. Hijo Adoptivo de Cantabria en 1982. En 2002 el Ayuntamiento de Madrid le concedió la Medalla de Oro de la ciudad. El 25 de abril de 2008 la ciudad de Santander le rindió homenaje colocando un busto del poeta en el Paseo Marítimo, junto a Puertochico, inspirado en los versos de uno de sus poemas sobre la bahía: "Si muero, que me pongan desnudo, desnudo junto al mar. Serán las aguas grises mi escudo y no habrá que luchar". En San Sebastián de los Reyes (Madrid) también existe un busto del poeta frente al edificio que alberga la Universidad Popular José Hierro. En esta localidad tiene lugar el Premio Nacional de Poesía José Hierro, organizado por la Universidad Popular José Hierro y dotado con un único premio de 15.000 euros.2 En Cabezón de la Sal (Cantabria) también le hicieron tributo colocando otro busto en el Parque del Conde San Diego, lugar que visitaba cada año con motivo del Pregón del Día de Cantabria.[cita requerida] Análisis de su obra Sus primeros versos aparecen en distintas publicaciones del frente republicano. Acabada la contienda, padece cuatro años de cárcel, y esta experiencia lo marca indeleblemente. De ahí que, al reaparecer en el panorama lírico de los años cuarenta, con dos libros casi simultáneos, lo haga urgido por un amargo poso autobiográfico que dota a su poesía de una madurez poco frecuente en jóvenes poetas. Se titula el primero Tierra sin nosotros (1947), marbete que nos proporciona las desoladas claves donde arraiga, no ya sólo este libro, sino buena parte de la producción surgida de la guerra: la patria un día habitable aparece en ruinas. El libro siguiente, Alegría (1947) (Premio Adonáis), continúa la reflexión de Tierra sin nosotros. Con las piedras, con el viento (1950), es el testimonio de una experiencia amorosa abocada, también, al fracaso. Con Quinta del 42 (1953) comienza la exploración de la vía solidaria, nunca ajena a Hierro, pero, hasta ahora, sostenida en penumbra; no es, sin embargo, la suya una poesía social al uso, y esta diferencia desencadena, con anticipación de años, los mecanismos superadores de un realismo que por entonces amordazaba a la poesía española. Antirrealista es, en efecto, Cuanto sé de mí (1957), libro que acentúa la preocupación verbal, reivindica ámbitos imaginativos y se aleja de la historia y del tiempo para acceder a la «sonora gruta del enigma». Estos elementos culminan en el Libro de las alucinaciones (1964). Marcado por una poderosa veta irracionalista que se canaliza con frecuencia en el versículo, este poemario rompe definitivamente con las categorías espacio-temporales. En 1974 publicará una nueva edición de Cuanto sé de mí; en 1991, un nuevo libro de poemas titulado Agenda; en 1995 Emblemas neurorradiológicos y a finales de los 90 Cuaderno de Nueva York, considerada ésta última una obra maestra contemporánea. Su poesía es poderosamente evocativa y ahonda en una intimidad erosionada por un tiempo implacable. Se percibe la influencia de Gerardo Diego. Se inició con una temática reivindicativa testimonial, la memoria de un niño de la guerra, si bien no es un poeta social al uso; poco a poco fue haciéndose más colectiva y existencial. Obra Poesía * Alegría (1947) * Tierra sin nosotros (1947) * Con las piedras, con el viento (1950) * Quinta del 42 (1952) * Estatuas yacentes (1955) * Cuanto sé de mí (1957) * Libro de las alucinaciones (1964) * Agenda (1991) * Prehistoria literaria (1991) * Cuaderno de Nueva York (1998) * Guardados en la sombra (2002) Antologías poéticas * Antología (1953) * Poesías completas. 1944-1962 (1962) * Cuanto sé de mí (1974). Poesías completas. * Cabotaje (1989) * Emblemas neurorradiológicos (1995) * Sonetos (1999) * José Hierro. Poesías completas (1947-2002) (2009) Otros * Problemas del análisis del lenguaje moral (1970), ensayo. * Reflexiones sobre mi poesía (1984), ensayo. * Quince días de vacaciones (1984), prosa. Referencias wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Jose_Hierro

José Hernández José Hernández

José Hernández (Perdriel, San Martín, 1834 - Buenos Aires, 1886) Poeta argentino, autor de Martín Fierro, obra que se considera la cumbre de la literatura gauchesca y un destacado clásico de la literatura argentina. De pequeño estuvo al cuidado de tíos y abuelos mientras sus padres trabajaban en el campo. Estudió en el Liceo Argentino de San Telmo, pero una enfermedad del pecho le hizo abandonar Buenos Aires y reunirse con su padre en un campo de Camarones; para entonces la madre había muerto. Allí el joven Hernández permaneció unos años, impregnándose del mundo rural. Regresó a Buenos Aires, tras la batalla de Caseros (1852), y se vio involucrado en las luchas políticas que dividieron al país después de la caída de Juan Manuel de Rosas. De convicciones federales, se unió al gobierno de la Confederación, enfrentado con Buenos Aires. Para 1856 algunas fuentes lo sitúan en Paraná; otras atrasan esa residencia hasta 1858, pero lo cierto es que Hernández trabajó en dicha ciudad como empleado de comercio y que participó activamente en la batalla de Cepeda (1859) junto a Justo José de Urquiza. Después se retiró del ejército, obtuvo el cargo de oficial de contaduría y pasó a desempeñarse como taquígrafo del Senado. Volvió a luchar con las tropas confederadas que sufrieron la derrota de Pavón (1861). Se dedicó entonces al periodismo colaborando en El Argentino, escribió en el Eco de Corrientes y fundó más tarde, en Buenos Aires, El Río de la Plata, diario de vida efímera donde denunciaba la situación de los habitantes de la campaña. El 8 de junio de 1863 se casó con Carolina del Solar; ese mismo año fue asesinado el caudillo riojano que le inspiró la serie de artículos recopilados con el título de Vida del Chacho. Rasgos biográficos del general Angel Vicente Peñaloza. En ese texto, primer enfrentamiento con Domingo Faustino Sarmiento, muestra su calidad como cronista y su notable capacidad para la polémica. La suerte de Hernández siguió los cauces de los avatares políticos. Obligado al exilio, en el sur de Brasil escribió los primeros versos de El gaucho Martín Fierro (1872), que completó y publicó a su regreso a Buenos Aires. Después de un nuevo exilio en Uruguay, retornó definitivamente a Argentina en 1875 y resultó elegido diputado por la capital en 1879, año en que publicó La vuelta de Martín Fierro. En 1882 dio a conocer Instrucción del estanciero. Tratado completo para la plantación y manejo de campo destinado a la cría de hacienda vacuna, lanar y caballar, libro que, pese a lo específico del título, tiene un marcado cariz político. Murió en su quinta del barrio de Belgrano, el 21 de octubre de 1886. Martín Fierro No hay duda que la vida de Hernández tuvo un papel fundamental en la configuración de su obra maestra. Criado en el campo, con los gauchos, en plena lucha con la tierra y con los peligros que significaban los indios y los maleantes, su formación cultural fue autodidacta. Pero eso mismo dio carácter al hombre y a su vida, y cuando la Argentina formada en la colonia gana con su esfuerzo y su sangre la independencia, y en la nueva organización el gaucho queda en condiciones de inferioridad, llamado a desaparecer ante el empuje del criollismo más civilizado, el poeta empuña su lira en defensa de su pueblo, con el que se identifica, aunque él es criollo, y compone en las estrofas de las dos partes de su Martín Fierro el poema nacional argentino, la gesta de un país que se desarrolla y transforma, y de una raza que declina y va camino de su extinción: tal es el alcance significativo de esta dramática historia de un gaucho despojado y perseguido por la arbitrariedad del poder político y jurídico de las ciudades. Cuando Hernández escribió el Martín Fierro, la poesía gauchesca ya estaba consolidada como género literario. La definían un conjunto de fórmulas, tópicos y temas: el predominio de la forma del "diálogo", que reunía en sí una buena cantidad de rasgos gauchescos, tales como el ritual del encuentro, las fórmulas de salutación, las alusiones a los aparejos del caballo, el ofrecimiento de mate, tabaco y bebida o las quejas sobre la situación política o la personal. Estas quejas, a su vez, servían como punto de partida del relato desarrollado por cada uno de los personajes, construido siempre sobre motivos políticos, o bien sobre asuntos personales que tenían como trasfondo una determinada circunstancia política. Ésta es otra de las señales que contribuyen a definir lo gauchesco, ya que la elección de los personajes, los temas y el lenguaje rústico estuvo casi siempre ligada a opciones que desbordaban lo literario y remitían a lo político. Todas estas características aparecen ya en los "Diálogos patrióticos" de Hidalgo, en la poesía antirrosista primero y antiurquicista después de Hilario Ascasubi y (desprovisto de todo alcance político o militante, pero como una brillante síntesis formal de sus predecesores) en el Fausto de Estanislao del Campo. Pero el Martín Fierro, evidente beneficiario de la tradición de la poesía gauchesca, rompe sin embargo los moldes del género. El tradicional encuentro y el subsiguiente diálogo son reemplazados por un monólogo que modifica de manera radical las figuras del emisor y receptor del poema, y que reproduce la situación del antiguo gaucho cantor que, ante un auditorio de oyentes analfabetos, cuenta acompañándose con su guitarra las desgracias propias o ajenas. El protagonista empieza por presentarse y narrar sus relaciones con el medio, su familia y las tareas que realiza. Tal armonía se ve quebrada cuando llega la leva forzosa y lo obligan a marchar a la frontera con el indio. Ello significa la disolución de la familia, el desarraigo y muchos pesares. La amistad con el gaucho Cruz atenúa en parte los amargos sentimientos que causan en Fierro las injusticias y las violencias de que es testigo o ha protagonizado. En la segunda parte se produce el reencuentro con sus hijos, víctimas de abusos, como él, a quienes aconseja llevar una vida honrada y de trabajo. Hay también en la obra pequeñas rupturas formales. Mientras la primera parte puede leerse como un alegato contra los abusos de la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, en la segunda, realizada siete años más tarde, la dureza se rebaja y deja lugar a un cuadro más matizado y complejo del mundo rural. El poema, como casi toda la literatura gauchesca, está escrito en octosílabos (7210 versos), pero no agrupado en las tradicionales décimas o en cuartetas, sino en sextinas, estrofas de seis versos que posibilitan, a su vez, la división en pares, dándoles así una mayor proximidad con el lenguaje gauchesco. El gaucho Martín Fierro tuvo un gran éxito editorial en su día, pero ninguna repercusión entre la crítica literaria, por otra parte casi inexistente entonces. Los ardores nacionalistas que se vivieron con la celebración del primer centenario de la Revolución de Mayo se reflejaron, entre otras formas, en la revalorización de la obra por parte de Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas. Desde esa fecha se convirtió en un clásico, y Jorge Luis Borges y Martínez Estrada, entre otros, le dedicaron su atención. Hoy El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro se conocen como las dos partes de una misma obra, Martín Fierro, el punto más alto de la poesía gauchesca y una de las obras fundamentales de la literatura argentina. References http://www.biografiasyvidas.com/biografia/h/hernandez_jose.htm

José Luis Hidalgo José Luis Hidalgo

(...) La breve pero intensa obra de José Luis Hidalgo ha merecido hasta la fecha valoraciones sumamente favorables por parte de la crítica especializada siendo de lamentar que una trayectoria tan interesante como la suya quedara truncada prematuramente por la muerte 2. De su interés e importancia dan testimonio hoy día no sólo los tres volúmenes poéticos que en vida tuvo ocasión de ordenar y de dar a la imprenta), sino los numerosos poemas que quedaron dispersos o inéditos a su fallecimiento y que M.a de Gracia lfach (Josefina Escolano) ordenó y publicó póstumamente por encargo de la Institución Cultural de Cantabria (...) José Luis Hidalgo (Torres, Cantabria, 10 de octubre de 1919 – Madrid, 3 de febrero de 1947) fue un poeta y pintor español. Su madre murió cuando él tenía nueve años. Terminada la Guerra Civil Española residió en Valencia, donde cursó los estudios de Bellas Artes. En Santander se relacionó con el grupo de la revista Proel, en la que publicó varios poemas. También colaboró en diversas revistas de ámbito nacional con sus poemas y trabajos de crítica artística. Enfermo de tuberculosis, murió en el sanatorio de Charmartín de la Rosa, en Madrid. Buena parte de su obra se publicó de forma póstuma. Obras * Raíz. Valencia, 1944 * Los animales * Los muertos * Canciones para niños, publicado en 1951 * Obra poética completa. Institución Cultural de Cantabria, 1976 (Por Francisco Ruiz Soriano) José Luis Hidalgo (Torres, Santander, 1919-Madrid, 1947) es uno de los poetas más representativos de la línea existencial de la primera promoción de posguerra, y precursor de la «Quinta del 42» santanderina que fundó la revista Proel (1944-1945; 1946-1949), donde destacarían escritores como José Hierro, Julio Maruri o Carlos Salomón. El rasgo definidor que subyace en la mayoría de sus composiciones es la indagación metafísica en torno a la Muerte, el Tiempo, el ser humano y Dios, temas esencialmente recurrentes en toda poesía meditativa, cuyos máximos exponentes habían sido Miguel de Unamuno y Antonio Machado. José Luis perdió a su madre tempranamente; esta circunstancia le marcó profundamente y está presente en algunas de sus poesías iniciales. En 1929 se trasladó a vivir a casa de su tío, don Casimiro Iglesias; allí transcurrieron su infancia y juventud. En 1934, a los quince años, empezó a publicar sus primeras composiciones, principalmente cuentos y greguerías, en El Impulsor de Torrelavega. Su interés por la literatura y el arte modernos le estimuló en su formación como incipiente pintor y escritor, y llegó a participar como conferenciante sobre poesía de vanguardia en la Biblioteca Popular de su ciudad, y como cartelista en la Olimpiada Popular de Barcelona (julio de 1936), ciudad donde le sorprendió la guerra. En agosto de ese año, visitó a Gutiérrez Solana, por quien sentía una gran admiración. Trabajó en la docencia en una escuela de Santander, y más tarde en Torrelavega. Ese mismo año conoció a José Hierro, con quien entabló una amistad que nunca se quebraría. Juntos visitaron a escritores como Gerardo Diego y Manuel Llano. En 1937 escribió Canciones para niños. En 1938 fue obligado a cumplir el servicio militar, y trasladado a Pamplona; de esta época datan las composiciones de Mensaje hasta el aire, Ciudad y 10 poemas junto al mar, donde se manifiesta la veta creacionista y surrealista. En 1939 fue enviado a Extremadura y Andalucía, donde se le encomendó la tarea de censar a los muertos de la Guerra Civil, trabajo que le afectó terriblemente, y del que procede su preocupación obsesiva por la muerte. Su último periodo del servicio militar lo cumplió en Valencia, donde estudió Dibujo y Pintura en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. En la capital levantina trabó amistad con Ricardo Blasco y Jorge Campos, con quienes editó la revista Corcel; juntos dan vida a tertulias literarias como la del Bar Galicia, y entran en contacto con jóvenes poetas como Vicente Gaos, etc. En 1943 terminó sus estudios y viajó a Madrid. Presentado al premio Adonais con Raíz, obtuvo mención honorífica, junto con Carlos Bousoño, Blas de Otero y José María Valverde. En Madrid también participó en la vida literaria y conoció a Vicente Aleixandre, una amistad decisiva en su trayectoria poética. Ese año apareció publicado en Valencia Raíz, que recoge algunos poemas de libros que no habían visto la luz (Mensaje hasta el aire, Ciudad y Luces asesinadas y otros poemas). En Valencia estuvo residiendo con él José Hierro, debido a problemas políticos de este último. En 1945 publicó su segundo libro, Los animales, en las ediciones Proel de Santander (había intentado con anterioridad darlo a la luz en Valencia, en la editorial de su amigo Ricardo Blasco, pero hubo problemas con la censura, y tuvo que refundir algún poema, concretamente «Caballo»). Durante estos años, su vida transcurre entre Valencia, Santander y Madrid, mientras sus poemas iban apareciendo en diversas revistas: Proel, Corcel, Leonardo, Entregas de Poesía, Escorial, Espadaña, La Estafeta Literaria, Halcón... En este tiempo mantiene una gran actividad, concretada, además de en sus colaboraciones en revistas, en diversos empeños artísticos: una serie de poemas en torno a la muerte, una novela que dejaría inacabada —La escalera— y un proyecto de exposición pictórica, para la cual se trasladó en diciembre a Valencia, donde permaneció todo el invierno pintando, a primeras horas de la mañana, paisajes del río próximos a la ciudad. La humedad y el frío repercutieron gravemente en su salud, lo que, junto con el estado de debilidad, originó su enfermedad pulmonar (febrero de 1946). En mayo fue trasladado urgentemente a Madrid e internado en el sanatorio de Chamartín de la Rosa, diagnosticándosele una neumonía caseosa que le llevaría a la muerte. Hasta su fallecimiento, le visitan amigos y poetas en el hospital, donde intenta ordenar y corregir poemas del libro premonitorio que tenía en preparación: Los muertos. José Hierro y Ricardo Blasco le ayudan a clasificarlo y poner título a las composiciones; también colaboran en la corrección Vicente Aleixandre y Ramón de Garciasol. Se inicia así una carrera contra el reloj por publicar el volumen en vida del poeta, pero la muerte se adelantó: José Luis Hidalgo murió el 3 de febrero de 1947, a los 27 años, días antes de que viera la luz el libro. Referencias revistas.um.es/analesfh/article/view/57981 Wikipedia—http://es.wikipedia.org/wiki/José_Luis_Hidalgo cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/joseluishidalgo/pcuartonivel29ea.html?autor=joseluishidalgo&conten=poesia_semblanza

Alberto Hidalgo Alberto Hidalgo

Alberto Hidalgo Lobato (Arequipa, Perú, 23 de mayo de 1897 - Buenos Aires, 12 de noviembre de 1967), poeta y narrador peruano cuya obra, exaltadamente individualista, se cuenta entre los introductores del vanguardismo en la literatura del Perú. En su juventud se trasladó a Lima para estudiar medicina en la Universidad de San Marcos. Posteriormente, abandonó sus estudios para dedicarse a la literatura. Participó en la revista Colónida, publicada en 1916 y dirigida por Abraham Valdelomar y publicó sus primeros poemarios Panoplia Lírica (1917), Las voces de colores (1918) y Joyería (1919), en la que ya se denotan su carácter innovador e inconformista ante los cánones de su época. Militó en el Partido Aprista Peruano, al cual posteriormente renunció, como su compatriota Magda Portal, tras denunciar que la corrupción había sentado sus reales en esa organización política. En 1919 Hidalgo jugó un rol importante en el ambiente vanguardista, participó y editó junto a Borges y Huidobro el Índice de la nueva poesía americana (1926), conoció a Xul Solar, Güiraldes, Girondo, Macedonio Fernández, Leopoldo Marechal y Rafael Squirru, entre otros. Creó las Revistas Oral y Pulso. Obra posterior fue Actitud de los años. Asimismo la ideología izquierdista y combativa de Hidalgo y su vinculación con el Perú se refleja en sus poemarios Carta al Perú (1957) y Poesía inexpugnable (1962), en los días de guerra. Además de su obra poética escribió cuentos publicados originalmente y en su mayoría en Caras y Caretas y luego editadas bajo el título Los sapos y otras personas (1927), único libro de cuentos del autor. Se dedicó también a obras de teatro, además del ensayo Diario de mi sentimiento (1937), en el que comenta de forma bastante personal e irreverente el ambiente artístico de su época. Mención aparte merece una colección de libros de difusión de la obra de Sigmund Freud, publicados entre 1930 y 1945 bajo el seudónimo de Dr. J. Gómez Nerea, que contribuyeron a dar a conocer el psicoanálisis en Argentina. Falleció en Buenos Aires el 12 de noviembre de 1967, pocos meses después de recibir el Gran Premio de Honor otorgado por la Fundación Argentina para la Poesía, único reconocimiento recibido en vida. El fue enterrado en el cementerio "La Chacarita" (se dice hasta ahora que el era uno de los mejores escritores) uno de sus mejores amigos quien siempre estuvo con el en las buenas y las malas fue "Edwin Henrry Condori Choquecondo" Simplismo El simplismo es una técnica literaria que, influida por el futurismo y el creacionismo, consistía en el uso extensivo de la metáfora y la autonomía de cada verso, condensando de éste modo su lenguaje poético, generalmente altamente subjetivo. Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Alberto_Hidalgo

Fernando de Herrera Fernando de Herrera

Fernando de Herrera fue yn poeta español nacido en Sevilla en 1534 y muerto en su ciudad natal en 1597. Por la perfección formal que alcanzó su poesía, depositaria de los ecos postrimeros de la herencia petrarquista recogida y difundida por Boscán y Garcilaso, fue conocido entre sus coetáneos por el sobrenombre de “El Divino”. Vida Pocos datos conocemos acerca de la vida de este poeta del siglo XVI español. Nació en Sevilla, hijo de honrados padres, posiblemente hidalgos. No sabemos con seguridad dónde estudió; pudo hacerlo en el colegio fundado por Maese Rodrigo Fernández de Santaella, reconocido por la ciudad de Sevilla como Colegio de Santa María de Jesús; también existe la posibilidad de que lo hiciera en el Estudio de San Miguel. Lo que sí se puede afirmar con certeza es que no debió de terminar los estudios, pues no logró ninguno de los títulos académicos que, sin duda, habría añadido a su nombre. Recibió las Órdenes Menores de Ostiario, Lector, Exorcista y Acólito, lo que le permitió solicitar y obtener un beneficio en la parroquia de San Andrés en Sevilla. Sus obligaciones se limitaban a cantar en el coro, a leer su breviario y a asistir con su vestimenta eclesiástica a una misa dominical o diaria. En 1565 trasladaron definitivamente su residencia a Sevilla don Álvaro de Portugal, conde de Gelves, y su esposa doña Leonor de Milán. El Conde auspició una tertulia literaria a la que asistían, entre otros, Juan de Mal Lara, el licenciado Pacheco, Baltasar del Alcázar, Juan de la Cueva, Mosquera de Figueroa, y el propio Herrera. La Condesa causó un gran impacto en Herrera, quien la convirtió en el centro de su poesía amatoria. La relación entre la noble y el poeta fue de gran confianza, pues doña Leonor lo hizo depositario de su testamento. Los últimos años de su vida los pasó calladamente en la ciudad de Sevilla, donde murió en 1597, a los 63 años de edad. Fue un hombre de una gran cultura, como atestigua su biógrafo Pacheco: tuvo lección particular de los santos, supo las matemáticas y la geografía, como parte principal, con gran eminencia. También poseía conocimientos de filosofía y de medicina. Era además un gran conocedor de las lenguas y literaturas griega y latina; en esta última escribió algunas composiciones, como recordaba Francisco de Rioja: “supo la lengua latina muy bien, y hizo en ella muchos epigramas, llenos de arte y de pensamientos y modos de hablar, escogidos en los más ilustres escritos antiguos”. Obra El catálogo de sus obras incluye dos grupos: obras conservadas y obras perdidas. El primero se reduce a cuatro libros en prosa: Relación de la guerra de Chipre, y suceso de la batalla naval de Lepanto, publicada en Sevilla por Picardo en 1572, que contiene al final uno de los poemas más famosos del vate sevillano, la "Canción en homenaje a don Juan de Austria por el triunfo de Lepanto"; Tomás Moro, vida ejemplar del santo inglés, impresa en Sevilla en 1592 por Alonso de la Barrera; Las Obras de Garcilaso de la Vega con Anotaciones de Fernando de Herrera (Sevilla, 1580), considerado por Antonio Alatorre como "el libro más hermoso de crítica literaria y de erudición poética que se escribió en la España del Siglo de Oro". Se trata de un libro en el que se edita con comentario la obra poética de Garcilaso, pero en él se halla un compendio de creación poética, de retórica y de crítica literaria, a lo que hay que añadir una amplia erudición enciclopédica y un esbozo del arte poética que nunca escribió. Obra muy relacionada con esta última, aunque no fue impresa en vida del poeta es la Respuesta a las Observaciones del Prete Jacopín, en la que Herrera se defiende de los ataques que contra las Anotaciones había lanzado el Condestable de Castilla. A estas obras en prosa hay que añadir su libro de poesías, publicado en Sevilla en 1582 bajo el título de Algunas obras, libro que contiene 91 composiciones desglosadas de la siguiente manera: 78 sonetos, 7 elegías, 5 odas y una égloga. A estas obras hay que añadir poemas sueltos escritos para los preliminares de libros de amigos suyos, y un gran número de composiciones que se han conservado en manuscritos dispersos en distintas bibliotecas. De las obras perdidas tenemos noticias gracias a las citas que de ellas hacen el propio Herrera, Pacheco, Francisco Rioja o el Licenciado Duarte. Pacheco, en la semblanza biográfica que acompaña a su Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, cita varias de estas obras: un poema trágico de los "Amores de Lausino y Corona", varias églogas, la Gigantomachia, la traducción del Rapto de Proserpina de Claudiano, y, por último, una historia general del mundo hasta el reinado de Carlos V; a este catálogo, Francisco Rioja añadió un Amadís. Algunas de estas obras nunca llegaron a terminarse y algunas quizás ni siquiera a escribirse. Ninguno de sus amigos y biógrafos nos da noticias de lo que sucedió con estos textos herrerianos, aunque Pacheco y el Licenciado Duarte hablan de una usurpación, pero sin especificar el autor o autores de semejante robo o destrucción. La parte más importante de su producción literaria es, sin lugar a dudas, la poesía; es gracias a ella que Herrera ocupa un lugar destacado en la literatura española. Tal y como correspondía a un poeta de su época, el vate sevillano transitó diversos temas: poesía amorosa, poesía heroico-patriótica y poesía laudatoria. La tradición poética en la que se inserta la poesía amorosa de Herrera participa del petrarquismo, del neoplatonismo y de los tratados filográficos, como los Diálogos de amor de León Hebreo. Las tres corrientes de pensamiento aparecen recogidas en el Canzoniere de Petrarca, poeta cuya influencia en la poesía española del Siglo de Oro es fundamental; Herrera es quizás el poeta español más consciente de la importancia del escritor florentino. Por ello la poesía del sevillano se halla impregnada de conceptos y temas petrarquistas, que en ocasiones coinciden con los planteamientos neoplatónicos, e incluso con la tradición cortés iniciada en Provenza en el siglo XII. Uno de los rasgos petrarquistas que penetró en la práctica herreriana, aunque ya se había dado en nuestro siglo XV y en autores posteriores (Garcilaso), es el concepto del amor por destino: el poeta ya desde su nacimiento está destinado a amar a una mujer. Herrera creía haber nacido bajo el signo del amor, y así lo manifiesta en algunos de sus versos, como se puede apreciar en los dos versos de un soneto, en el que leemos: "Nací yo por ventura destinado / al amoroso fuego". Pero este destino no presupone una vida feliz, puesto que el amor petrarquista -y aquí se aprecia la influencia cortés- significa dolor. La amada rechaza al poeta, que es consciente de que los sentimientos que siente y expresa a la mujer que ama nunca serán correspondidos; amar es sufrir. De esta forma el dolor se convierte en el sustituto del placer, el amante se entrega a la amada en espera de recibir más tormento; su libertad, su voluntad se han rendido a la libertad y a la voluntad de la mujer. Este sometimiento absoluto culmina con un deseo de total sacrificio, que va a desembocar en la muerte. A este sentimiento se llega por el estado de angustia y desesperación en que vive el poeta, que provocan en él un estado de desconcierto y confusión obsesivos; la confusión y el desconcierto los expresa así Herrera: "Sigo por un desierto no tratado, / sin luz, sin guía, en confusión perdido". Otro de los conceptos petrarquistas es el de la consideración de la amada como guía, como la luz que conduce al poeta hacia el cielo. Siguiendo esta tradición el poeta sevillano la denomina como Luz, Estrella, Lumbre, Lucero, Sirena; todos nombres que pertenecen al campo semántico de luz. Es la luz que, dentro de la filosofía neoplatónica, guía la ascensión del amante, ascensión que en Herrera es descrita con la simbología de la literatura mística: "Y la frágil corteza dejo al suelo que impide con su peso el leve vuelo; y contemplo por vos la suma alteza, el celestial espíritu y la gloria de la inmortal belleza, y a vos os debo aquesta gran victoria". Pero esta espiritualidad expresada con un lenguaje sacado de la tradición mística no supone el desechar la sensualidad. En este sentido, Herrera refleja el pensamiento de los filósofos neoplatónicos que, como Plotino, veían en el contacto sexual una aceptable forma de expresar los sentimientos amorosos. En su poesía hallamos referencia a los besos como una forma de expresar esa comunicación que debe establecerse entre los amantes. La obra que mejor refleja la compenetración herreriana con el mundo poético petrarquista es Algunas obras, poemario publicado en 1582 en Sevilla. En este libro, Herrera asimiló perfectamente el significado del Canzoniere como historia amorosa; hasta tal punto se ha producido esa asimilación que Gallego Morell lo considera como reducido "Cancionero en honor de Madonna Leonor". Varios son los puntos de contacto entre ambos cancioneros: en primer lugar, los poemas siguen una secuencia narrativa y no cronológica; en segundo lugar, se intercalan poemas laudatorios y heroico-patrióticos para definir la personalidad y el momento histórico del escritor; en tercer lugar, hay alternancia de formas métricas, y, por último, aparece una única amada, fijada en parónimos. La principal característica de este cancionero es su concepto de historia amorosa. El primer punto a destacar es la veracidad o fingimiento de la pasión herreriana hacia doña Leonor de Milán. Ya desde el Cancionero de Baena se exigía al auténtico poeta "que siempre se precie e se finja de ser enamorado". Los filógrafos neoplatónicos repitieron la misma idea; León Hebreo escribió que "en el mundo carece de ser quien carece de amor". Por tanto, el amor que Herrera manifiesta hacia su Luz es un amor literario, vivido en la poesía. El poeta sevillano, para seguir la tradición literaria petrarquista, continuada en España por Garcilaso, necesitaba crear una amada que compitiese con la Laura de Petrarca o la Isabel garcilasiana. Por ello surgió Luz, alter ego literario de doña Leonor de Milán, como centro del universo poético herreriano. Esta historia de amor se inicia, de acuerdo al canon petrarquista, con un soneto-prólogo escrito desde la madurez sentimental y humana y con conciencia de haber errado en su pasión. Pero a diferencia de Petrarca, que escribe su poema desde una pasión ya superada y con una intención moralizante, Herrera se halla inmerso en la suya y no demuestra ningún deseo de claudicación: "Sigo al fin mi furor, porque mudarme / no es honra ya, ni justo que s’estime / tan mal de quien tan bien rindió su pecho". Este primer poema muestra ya las dos pasiones que van a convivir a lo largo del poemario: la audacia y el temor. Lo que falta en esta primera etapa de la historia amorosa es la referencia a las circunstancias en que se produjo el primer encuentro entre el poeta y su amada; poema que debía recordar al "Era il giorno ch’al sol si scoloraro" petrarquista. Eso sí, Herrera se sirve de los tópicos del florentino para narrar su rendición: el hielo, es vencido por el fuego que desprende la amada, y el poeta arde en él mísero y engañado, sin esperanza. La primera parte del libro aparece dominada por una actitud de súplica; Herrera implora a la amada su atención, su mirada, como medio de aliviar su tormento: "Vuelve tu luz a mí, vuelve tus ojos, / antes que quede oscuro en ciega niebla". Pero la respuesta esperada no llega. Estos poemas constituyen un extenso monólogo; no hay comunicación entre el poeta y su amada; ésta no tiene voz, es únicamente receptora de las amargas quejas de su amante. El silencio se rompe sólo en la elegía III, momento culminante de la narración amorosa, cuando Luz le declara su amor y los tormentos que por él está sufriendo. Es el momento de la euforia, de la victoria del poeta que ve de esta manera recompensados sus tormentos. Para destacar más esa sensación de triunfo, el poeta la hace coincidir con el momento en que la armada de don Juan de Austria, vencedora en Lepanto, se halla fondeada en el puerto sevillano. A partir de este momento, se da una tensión amorosa entre la esperanza y el desengaño. Este proceso culmina en el soneto XXXIII, "Ardientes hebras, do s’ilustra el oro", en el que se produce la exaltación de la belleza de la amada, con alusiones al cabello, a los ojos, a las mejillas, a los dientes, al cuello y, por último, a su "angélica armonía". Pero esta tensión se rompe pronto y desparece la esperanza, quedándole sólo al amante el recuerdo del placer pasajero. Al recuerdo de la gloria le acompañan el dolor y el desengaño ante la crueldad de la amada. Recurre entonces, para demostrar la grandeza de su tormento, al mito de Prometeo (soneto XLVI), aunque su suplicio es más doloroso que el de este héroe mitológico, puesto que es su corazón el que es comido y no existe ningún Hércules que pueda liberarle. A partir de aquí el poeta, que pretende recuperar su libertad, se halla inmerso en una lucha entre la razón y la pasión, que provoca una gran confusión de la que sólo se libera en el soneto final. En él Herrera narra la ruptura de su yo poético con el amor: "No más; baste, cruel, ya en tantos años rendido haber al yugo el cuello yerto, y haber visto en el fin tu desvarío. Abra la luz la niebla a tus engaños, antes que el lazo rompa el tiempo, y muerto sea el fuego del tardo hielo mío". Esta composición cierra el cancionero herreriano. Pero faltan en él los poemas in morte. No sabemos la razón de esta ausencia; quizás nunca fueran escritos o sí lo fueron, pero al tratarse de una antología representativa de su producción poética pudieron quedar fuera. Otra corriente poética que trató el amor fue el de la poesía cancioneril castellana del siglo XV, cuyo mejor ejemplo es el Cancionero general de Hernando del Castillo, impreso por primera vez en 1511, pero que pervivió en la tradición poética castellana del siglo XVI. Las razones que movieron a Herrera a continuar esta tradición fueron dos: por una parte, la idea renacentista de continuar una tradición nacional; por otra, el deseo de demostrar su perfecto dominio de la técnica poética, necesaria para desarrollar este tipo de lírica en la que se buscaba el virtuosismo formal. Las dos vertientes, la petrarquista y la cancioneril, no representan dos polos opuestos, sino que son complementarias; cada una de ellas influirá en la otra, aunque ambas conservan sus características distintivas. La diferencia que separa ambas tendencias se halla en el sentimiento que el poeta es capaz de comunicar a través de ellas. En su obra petrarquista hay una pasión vivida, aunque ésta sea literaria, elemento que falta en su poesía en metros castellanos. El lector no siente la autenticidad vital en estos poemas; todo parece quedarse en un mero juego poético, en la búsqueda de la perfección formal. Herrera incorpora a esta poesía su saber humanístico y su extenso conocimiento de la labor de los poetas del siglo XV, pero no penetra en la poesía, no deja su huella personal, sus propias emociones. Refleja, en cambio, de manera obediente las normas del amor cortés. Así, conceptos como el amor considerado como servicio del amante hacia la amada, el secreto, la dama presentada como la "belle dame sans merci", la lucha entre la razón y la pasión que termina con el triunfo de la segunda, son rescatados por Herrera en estas poesías. Otra de las vertientes poéticas que transitó fue la de la poesía heroico-patriótica. Las razones que le hicieron abordar este tipo fueron dos: en primer lugar, por la tradición del canzoniere petrarquista, que se servía de ella para fijar la temporalidad histórica de la peripecia amorosa; en segundo lugar, porque la poesía épica, ya desde la Poética de Aristóteles, era considerada como el género más prestigioso. El propio Herrera se refiere a esta última causa en uno de sus poemas, en el que reconoce la superioridad de la obra épica de Homero o Virgilio sobre la poesía amorosa de Tíbulo, aunque en el poema reconoce la imposibilidad de apartar su inspiración de su amada. Por otra parte, en sus poemas nos encontramos con una mezcla de elementos heroicos en la poesía amatoria y líricos en la heroica, como símbolo de una concepción que señalaba ambos procesos como igualmente gloriosos. Herrera era consciente del concepto pindárico de la poesía como inmortalizadora de las gestas heroicas, y por ello emprendió, dentro del fervor nacionalista del Renacimiento, la labor de rescatar del olvido las hazañas de algunos héroes medievales españoles: Pelayo, Fernán González, el Cid, Gonzalo Fernández de Córdoba. Pero la enumeración y la exaltación no se detienen en el pasado, sino que entre todos los héroes emerge la figura de don Juan de Austria, el vencedor de Lepanto. También escribió encendidos elogios de Carlos V y de Felipe II, a los que exalta por sus luchas contra los enemigos de Dios, dentro del concepto de la época que veía en España la cabeza de la Cristiandad. Los estudiosos de la obra de Herrera han apreciado en este género poético una progresión gradual desde la predominante aparición de motivos mitológicos hasta una completa cristianización, representada por el uso exclusivo de temas y motivos bíblicos. Esta progresión no es lineal, puesto que el hito intermedio ("Canción al Santo Rey don Fernando"), en el que los elementos mitológicos van desapareciendo, fue escrita casi diez años más tarde que la "Canción en alabanza de la divina magestad, por la victoria del señor don Juan", que representa el triunfo de la cristianización de esta poesía. Los dos poemas más importantes en este género son "Cantemos al Señor, que en la llanura", dedicada a la victoria de Lepanto, y "Voz de dolor y canto de gemido", que narra el desastre portugués en Alcazarquivir. Las dos composiciones reflejan el espíritu español de la Contrarreforma, en el que se unen un fuerte sentimiento patriótico y una severa religiosidad. En ambas aparece dominando la narración la figura magnífica de Dios; de un Dios guerrero que imparte justicia contra los enemigos de la fe: "Tú, Dios de las batallas, tú eres diestra, / salud y gloria nuestra". Sin embargo, este Dios guerrero e implacable no sólo castiga a los enemigos de la fe, sino que también lo hace con los malos cristianos; de esta manera explica la derrota del rey portugués don Sebastián frente a los moros en el Norte de África, aunque el poema termina con un aviso para los árabes vencedores: "que si el justo dolor mueve a venganza / alguna vez el español coraje, / despedazada con aguda lanza, / compensarás, muriendo, el hecho ultraje". La misma tradición poética que obligaba a Herrera a componer poesías de tema heroico le obligaba también a escribir poemas laudatorios. Los teóricos de la literatura de los siglos XVI y XVII respaldaban esta práctica, pues consideraban que la alabanza era una de las funciones básicas del arte poético. También se basaba en una tradición que hundía sus raíces en la literatura greco-latina, que había sido continuada en la Edad Media y estaba dotada de un nuevo significado por el Renacimiento. Este nuevo significado se hallaba en la revitalización renacentista de la idea de la fama, que contribuyó al auge de la literatura panegírica. Según esta tradición, el poeta debía inmortalizar a sus amigos y a los héroes contemporáneos. El problema con el que nos enfrentamos al analizar la poesía laudatoria de Herrera es el de establecer unos límites precisos entre ésta y la heroica; los poemas en que se realzan los méritos de los generales o de los soldados españoles reflejan ideas que pueden encuadrarse en cualquiera de las dos categorías poéticas: por una parte, hay en ellos una alabanza a las virtudes individuales del personaje celebrado; por otra, esos valores representan la encarnación de los ideales políticos y religiosos de la colectividad. La retórica clásica codificó los hechos y personajes que merecían ser elogiados por los poetas con la característica común de su imagen ilustre. Muchos son los tipos encuadrados en esta poesía laudatoria, aunque un corto número de ellos se encuentra en la obra de Herrera: epitalámicos, propémpticos, consolatorios y encomiásticos. En su poesía, el grupo más importante lo constituyen aquellos en que se alaban las virtudes de sus amigos o protectores; es decir, los encomiásticos, con los que el poeta pretende enumerar las virtudes del personaje y, al mismo tiempo, intenta mover a los lectores. Así, los poemas dedicados a doña Francisca de Córdoba, marquesa de Gibraleón, o a don Melchor Maldonado, caballero de la Orden de Santiago se hallan en el grupo de los encomiásticos. Otro de los tipos que cultivó es el consolatorio (elegías, trenos, endechas, epicedios). Aquí se unen la descripción de las cualidades del amigo muerto, la concepción del mundo como un valle de lágrimas y la consolatio; ejemplos representativos de este grupo son: la elegía a la muerte de don Pedro de Zúñiga, la dedicada a Luis Ponce de León o la composición en la que llora la muerte de su maestro y amigo Juan de Mal Lara, en la que deja constancia de los lazos que los unían: "de mi alma murió la mayor parte". El último de los grupos que abordó es el de la poesía epitalámica, que se destinaba a la celebración de las nupcias con el elogio de los esposos, de sus familias, de las virtudes de los contrayentes, etc; el ejemplo más interesante de Herrera es el poema que compuso con motivo del matrimonio del marqués de Tarifa, en el que la alabanza al novio incluye la referencia a sus gloriosos antepasados y a sus virtudes, y en el caso de la novia se la presenta, siguiendo la filosofía neoplatónica, como luz que guía al amante a las esferas del cielo, ayudándole a levantarse sobre la oscuridad. Fernando de Herrera no se limitó a escribir poesía, sino que además se dedicó a estudiar la poesía. De esta preocupación teórica nos ha dejado importantes ejemplos: las Anotaciones, la Respuesta al prete Jacopín, y comentarios desperdigados en elgunos de sus poemas. A estas obras habría que añadir esa Arte poética que se quedó en proyecto. Herrera expone en estas obras sus ideas acerca de las teorías literarias, del lenguaje poético, de los distintos géneros, de las formas métricas, de los poetas clásicos y de los contemporáneos. Pero no hallamos entre sus ideas, entre sus comentarios conceptos originales; él resume distintas tradiciones literarias filtradas a través de Julio César Escalígero y recurre a la terminología de la retórica, como ya sucedía desde la antigüedad clásica. El proceso de creación poética herreriano se debate entre la manía o inspiración platónica y la reflexión aristotélica. En varios pasajes de sus obras parece abrazar la doctrina platónica de la inspiración divina como causa eficiente de la poesía, pero acaba por imponerse en su concepción su intelectualismo y la obra de arte se convierte en un objeto elaborado. Son las reglas del arte las que se imponen en su concepto poético de acuerdo a la norma manierista. El arte es el guía del artista; es el triunfo de la mímesis aristotélica. Sigue así Herrera la tradición de la imitación que había surgido ya en Horacio, que defendía la imitación múltiple o la famosa frase de Séneca: "Apes, ut aiunt, debemus imitari". Pero también sigue el concepto humanista que reconocía el valor artístico de la imitación como una muestra de sabiduría poética y de respeto a la tradición culta. En Herrera se manifiesta una insatisfacción ante la tradición recibida, lo que le lanza a la búsqueda de nuevos conceptos y elementos poéticos, tal y como lo manifiesta en sus Anotaciones: "no todos los pensamientos y consideraciones de amor, y de las más cosas que toca la poesía cayeron en la mente del Petrarca y del Bembo y de los antiguos". Por tanto, la propuesta del sevillano consiste en una voz personal que combina la recepción de los logros poéticos de los escritores anteriores -la mimesis- con sus propios hallazgos. Una vía para alcanzar esta voz personal la constituye la erudición. Para Herrera, el poeta debe poseer extensos conocimientos en las más diversas ciencias. De esta forma, se explica la abundancia de datos eruditos en sus Anotaciones, perfecto vehículo para demostrar su talla intelectual. En su obra poética también se encuentran múltiples referencias a la mitología clásica, a la geografía, filosofía, medicina, historia, astrología, etc. A ellos hay que unir sus amplios conocimientos de Retórica y Poética, así como de las literaturas clásicas y modernas, sobre todo de la italiana. Dentro de este contexto erudito podemos situar la creación de su propio sistema ortográfico. Para Herrera, como buen manierista, el cometido esencial de la poesía es reflejar la belleza, que es trasunto de la divina. Por lo tanto, un concepto importante es el de la admiración; por ello el campo de la poesía queda limitado a lo que produce un sentimiento de maravilla en el poeta: la belleza de una mujer, la grandiosidad de una batalla, las hazañas de un héroe. Para despertar esta admiración Herrera escoge con mucho cuidado las palabras con las que va a describir lo bello; es decir, debe existir una perfecta adecuación entre el lenguaje y el tema. Él rechaza la máxima de Juan Valdés del "escribo como hablo": para Herrera, el lenguaje literario es autónomo y perfectamente diferenciado del habla común. Pero eso no implica complicación; el lenguaje no ha de oscurecer las ideas, sino que, por el contrario, ha de esclarecerlas. Para él, el español ha alcanzado la madurez y la flexibilidad necesarias para transmitir los conceptos poéticos: siguiendo el camino iniciado por Nebrija, se enorgullece de la lengua heredada, aunque no rechaza la incorporación de vocablos extranjeros siempre que se haga con una intención enriquecedora. La poética herreriana tenía como finalidades la búsqueda de la belleza y el deseo de mover al lector. Ambas son conseguidas mediante una gran preocupación estilística, propia de un poeta para quien la poesía no es sólo sentimiento, sino también placer estético. Su obra poética se debate entre la creación de una poesía de formas puras, a través del uso de "palabras graves, que no se apartan del uso común", y el oscurecimiento producido en la expresión por las referencias a ideas filosóficas, a hechos históricos o a lugares geográficos, que la hacen imposible para el vulgo. El estilo herreriano refleja una búsqueda de un nuevo lenguaje poético, que sigue la herencia de Garcilaso y que culminará en el culteranismo de don Luis de Góngora. Uno de los rasgos sobresalientes de este nuevo lenguaje poético es la abundancia de metáforas, hasta tal punto que se ha llegado a hablar de que su poesía "semeja una verbena metafórica". La utilización de este tropo se encuadra dentro del estilo manierista. La metáfora herreriana apela, sobre todo, a la vista, el órgano que sirve para captar mejor el mundo de belleza que traslada la figura. Otras dos características del uso metafórico del poeta son: la ausencia de cualquier tipo de partícula comparativa, y su sencillez. Los adjetivos contribuyen a intensificar el mundo sensorial creado por las metáforas. Garcilaso había mantenido el equilibrio entre lo sustantivo y lo adjetivo, Herrera lo rompe en favor de este último. Aparecen en sus poesía los tipos tradicionales de epítetos: los típicos ("rojo sol", "luciente cielo"); selectos, matizados y antitéticos ("los fuertes y belígeros varones", "del mar cerúleo"); enfáticos ("pura estrella", "beldad serena"); epítetos en metáforas y perífrasis ("de las crespas lazadas d’oro ardiente"), y, por último, aquellos casos en que los sustantivos y nominales llevan varios adjetivos; tal es el caso del tipo, que ya aparece en Garcilaso, epíteto + y + epíteto ("con el claro español y belicoso"). El repertorio de figuras usadas por Herrera es muy variado. En la poesía en metros castellanos continúa la tradición conceptista de la poesía cancioneril que se complace en los juegos de ingenio lingüístico. Abundan las antítesis, las paradojas, y los opósitos que sirven al poeta para mostrar el estado de confusión en que se halla. Otras figuras que aparecen en estas poesías son: los políptotos y los paralelismos. La poesía de tradición italianizante también abunda en figuras retóricas. Hay que destacar el uso de aquellas que le permiten, por una parte, manifestar su dolor amoroso y su confusión, y, por otra, enfatizan sus versos. Las dos funciones las cumplen: la prosopopeya, el apóstrofe y la invocación, la exclamación y la interrogación retóricas; así como determinados recursos formales: sinéresis, diéresis, sinalefa, dialefa y anáfora. También concede especial atención a los valores de los sonidos, buscando la adecuación entre la palabra y su significado a través del valor simbólico de las letras, de las secuencias antirrítmicas y a la aliteración. También tiene gran importancia en su obra el encabalgamiento, por la libertad de expresión que concede a los poetas. Con gran profusión aparecen en sus versos los hipérbatos de distintas clases: separación de sustantivo y adjetivo; anteposición del genitivo, o de cualquier otra palabra precedida por de, al vocablo del que depende, y, por último, un sustantivo con dos adjetivos atributos, uno de los cuales se antepone y el otro se pospone. También se incluye en este grupo el acusativo griego. Otras figuras son: la perífrasis, las alusiones cultas y las citas mitológicas. El carácter de artífice con el que Herrera trabaja las figuras retóricas se refleja también en el campo léxico. Aquí intenta unir tradición y novedad: abrir la lengua a las influencias exteriores (cultismos y neologismos) y recuperar aquellos vocablos desechados por el uso común (arcaísmos). La aparición de los cultismos en Herrera tiene dos causas: la primera, el concepto erudito de su poética, por el que debía buscar vocablos nuevos con un origen clásico; la segunda, su nacionalismo, que le llevaba a acercar el español al latín, la lengua universal de la cultura. Algunos de los cultismos introducidos por Herrera forman parte hoy de nuestro vocabulario: "abundancia", "aceptar", "ameno", "elocuente", "espacioso", "hábito", etc. Las mismas causas le impulsaron a introducir multitud de neologismos. Los arcaísmos fueron usados por dos causas: le dan una patena de antigüedad a los versos, y, para el lector culto, denotan erudición y novedad. Los más usados son: "ardor", "crespo", "yerto", "ledo", "ufano", "ufanía". El aspecto de la poesía de Herrera que más controversia ha despertado es, sin duda alguna, el grado de intervención de Francisco Pacheco en la edición de los Versos de Fernando de Herrera, que vio la luz en las prensas sevillanas de Gabriel Ramos Vejarano en 1619, aunque la aprobación y el privilegio están datados en 1617; es lo que se ha denominado como el "drama textual". A la muerte del poeta, mucho de sus papeles se perdieron o estaban dispersos. Por ello, Pacheco hubo de servirse para su edición de los manuscritos y papeles sueltos que pudo rescatar entre los amigos del poeta y los coleccionistas. Esta edición presenta variantes en el lenguaje, el estilo y la estructura de algunos poemas, que la alejan bastante de Algunas obras e, incluso, de poemas anteriores a esta antología, conservados en manuscritos. El problema que se plantea es saber si Pacheco se limitó a copiar los poemas tal y como aparecían en los manuscritos que utilizó o, por el contrario, los alteró. La mayor parte de la crítica defiende la última opción: Pacheco retocó los poemas que editó. A esta conclusión se ha llegado por una serie de importantes detalles: la arcaización del lenguaje, con la aparición de palabras como "conhortar", "conquerir", "cuitoso" o "yusano", de las que no existe ningún ejemplo en Algunas obras; la división en tres libros, que, según los contemporáneos de Pacheco, es del editor y no del poeta; el hecho de que seis sonetos aparezcan copiados dos veces y que se omitan tres de los que aparecen en Algunas obras; la autoría dudosa del "prefación" que abre la edición de Pacheco; el hecho de que un verso de la elegía VIII del libro I de Versos muestre influencias de uno del Polifemo de Luis de Góngora; y las supresiones de los nombres propios en algunas poesías y la de estrofas en otras. Las Obras de Garci-Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera fueron publicadas en 1580, aunque parece ser que ya trabajaba en ella antes de 1571. Este comentario y edición de las obras de Garcilaso no fue el primero en ser publicado, honor que corresponde al Brocense, que había sacado el suyo en Salamanca en 1577, bajo el título de Obras del excelente poeta Garci-Lasso de la Vega. Con anotaciones y enmiendas del maestro Francisco Sánchez. Sin embargo, Herrera nunca menciona en sus Anotaciones la obra del catedrático salmantino. La labor del poeta sevillano no se limita al comentario erudito de los poemas de Garcilaso, sino que su primera función es la depuración y corrección de los textos, hecho del que se vanagloria, afirmando ser el primero que ha llevado a cabo tal tarea. Su interés difiere del manifestado por el Brocense, que había fijado las fuentes clásicas de las que se había servido Garcilaso, mientras que Herrera se interesa más por la demostración de la gran calidad de la poesía garcilasiana que compara con la de los mejores poetas de la antigüedad, y por el establecimiento de una poética que es la suya. Traza además, gracias a su erudición, un amplio panorama de los géneros poéticos y su historia, del valor de las formas métricas (y aquí hay que destacar las palabras que dedica al soneto), de las preceptivas clásicas y de las italianas de su época, y aporta juicios críticos sobre escritores españoles e italianos. Referencias UAM - www.lllf.uam.es/~fmarcos/informes/BNArgentina/catalogo/herreraf.htm

Carmen Yánez Hidalgo Carmen Yánez Hidalgo

Carmen Yánez nacida en Santiago en 1952, es una de las poetas chilenas más sobresalientes en la actualidad. Su poesía tiene una dulzura estremecedora que invita a la contemplación y fascina a todo aquel que haya nacido con cierta tendencia instintiva hacia la belleza. Su vida, como la de tantas escritoras legendarias, está llena de dolor, pero no exenta de felicidad. Ella, como Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva o María Teresa de León, vivió en carne propia uno de los episodios más terribles de la historia del siglo XX, razón por la cual debió exiliarse en Suecia desde 1981. En 1997 cambió su residencia a España. En Gijón, Asturias, encontró un paisaje que la fascinó y el regocijo de volver al más puro origen, que para ella, como para todo escritor auténtico, está en el idioma. Aunque había empezado a publicar en revistas desde Suecia no fue sino hasta 1998 cuando apareció su primer libro “Paisaje de Luna Fría”. Muy pronto su poemario fue traducido y editado en Italia. En el 2001 publica “Habitata dalla memoria”. Al año siguiente recibe en España el prestigioso premio de poesía “Nicolás Guillén”. Su más reciente título “Alas del viento”, aparecido en el 2006 fue traducido en Francia por el Atelier de traduction d´espagnol de Saint Malo que Claude Couffon dirige en La Maison des poètes et des écrivains. Ese mismo año se publicó en Italia en edición bilingüe el libro “Tierra de Manzanas”. Desde hace poco más de una década forma parte del consejo de redacción de la revista del Salón del Libro Iberoamericano de Gijón. Y es una de las mejores promotoras de la poesía que haya conocido jamás. Los recitales poéticos que organiza en Gijón todos los años durante el Salón del Libro tienen un éxito absoluto, porque Carmen, además del cuidado que pone en cada detalle, tiene el don de la armonía. En un mundo que aparenta inclinarse cada vez más por lo corriente Carmen Yánez sobresale por ser una mujer extraordinaria. Queridos lectores, los invito a disfrutar los poemas que la misma autora envió para ustedes. No se sorprendan si sienten que en ellos se escucha un crujir de huesos, una ráfaga de lluvia, una ola que vuelve a estallar, porque la vida es una sola y sus palabras suenan claras y precisas en la voz de un verdadero poeta. Referencias http://www.laurenmendinueta.com/carmen-yanez-poeta-chilena/

Bretón de los Herreros Bretón de los Herreros

Manuel Bretón de los Herreros (Quel, La Rioja, 19 de diciembre de 1796 - Madrid, 8 de noviembre de 1873), dramaturgo, poeta y periodista español. Realizó estudios con los escolapios de san Antón, en Madrid, con no pocas estrecheces económicas. Muy joven y todavía estudiante se alistó como voluntario en la Guerra de la Independencia (1812) y siguió la carrera militar por espacio de diez años, licenciándose en 1822, sin conseguir ascensos quizá por sus ideas liberales. Por este tiempo perdió el ojo izquierdo en un duelo que sostuvo en 1818 en Jerez de la Frontera, y tuvo oportunidad de viajar por España. Sobre ese lance compuso una quintilla: Dejóme el sumo poder por gracia particular lo que había menester: dos ojos para llorar... y uno solo para ver. Desempeñó cargos administrativos de Hacienda en Játiva y Valencia y luchó contra los Cien Mil Hijos de San Luis (1823); ese año se dirigió a Madrid en busca de fortuna literaria; la logró con el estreno de A la vejez viruelas en 1824. Se encargó de traducir comedias francesas para el empresario Grimaldi entre 1825 y 1830 y entabló una gran amistad con el Marqués de Molíns (1828), que fue su biógrafo principal. Frecuentó asiduamente El Parnasillo desde 1830, apenas constituido. En 1831 el triunfo formidable de Marcela, o ¿cuál de los tres? le abrió de par en par las puertas de la fama, como asimismo la publicación de una traducción de Tibulo le aseguró un puesto como bibliotecario en la Biblioteca Nacional de Madrid. Por unas observaciones algo duras de Larra sobre su teatro se enemistó con él; Larra estaba resentido por la dura crítica de Bretón a su comedia No más mostrador y le hizo ver que se repetía a sí mismo y utilizaba siempre las mismas fórmulas. Bretón respondió atacándole en Me voy de Madrid (1835) y Redacción de un periódico (1836), donde le acusaba de tramposo, mujeriego y mendaz. Sin embargo, los amigos comunes les congraciaron en 1836. Se casó en 1837 con una mujer burguesa y nada romántica, y ese mismo año ingresó en la Real Academia con un discurso interesante sobre la importancia de la variedad métrica en el teatro. Acudió regularmente al Ateneo y al Liceo. La representación de Ponchada (1840) le acarreó una inesperada reacción de los militares que le obligó a huir a Burgos y San Sebastián. A partir de 1840 fue director de la Imprenta Nacional, redactor jefe y director de la Gaceta (1843-1847) y desde 1847 a 1853 director de la Biblioteca Nacional de Madrid y secretario perpetuo de la Academia Española, en la que había ingresado en 1837. Fue un redactor y crítico teatral de muchas revistas. Hacia 1848, tachado de repetirse y de estar anticuado, intentó renovar sus fórmulas dramáticas con el drama histórico ¿Quién es ella? (1849), ambientado en la corte de Felipe IV y en el que Quevedo representa un papel preponderante. La vejez del comediógrafo fue triste: misántropo y muy irritable, llegó incluso a romper con la Academia, a la que tantos servicios había prestado (1870). El emperador don Pedro de Brasil le visitó en 1872, rindiendo tributo a la popularidad de Bretón en aquel país. Murió en 1873 de pulmonía. A pesar de hallarse en pleno Romanticismo prefirió cultivar la comedia al estilo moratiniano y satirizar las costumbres de su época. También es heredero, en el terreno de la comedia, del costumbrismo de Mariano José de Larra, Ramón Mesonero Romanos y Serafín Estébanez Calderón, y describió con exactitud un amplio repertorio de personajes. Su amistad con José de Espronceda, Nicasio Gallego y Larra contribuyó a depurar su gusto y a la formación de un estilo propio y original. Bretón no se limita sólo a ser el espectador de la España que se encuentra entre la Guerra de la Independencia y el destronamiento de Isabel II: aporta su opinión a los problemas y propone soluciones inspiradas en el punto de vista de la burguesía media y conformista. Se opone a reformas sociales radicales, propugna el matrimonio de conveniencias a sangre fría, condenando la coquetería y el exceso pasional; prefiere el peor arreglo al mejor divorcio y critica la moral romántica importada de Francia. El ideal para él es la vida rutinaria, prevista y ordenada por la razón común y el buen sentido. Su teatro se caracteriza por la sencillez de la intriga, la tendencia a los conflictos triangulares y el papel importantísimo de la expresión y del lenguaje. El autor riojano pone toda su habilidad y fuerza dramática en el diálogo. Corrige meticulosamente sus obras y cuida en extremo el decoro de los personajes. Condena el galicismo pero tampoco es un extremado purista. Utiliza con parquedad y acierto el vulgarismo como elemento cómico. Los ambientes de sus obras son los lugares típicos de Madrid, como el Prado; las costumbres del brasero y la verbena; las modas del baile o el álbum; los cambios sociales con el ascenso de la burguesía y la decadencia de la vieja nobleza empobrecida; la mentalidad mercantilista; la corrupción administrativa; la revuelta callejera; el drama de la guerra civil. Es indudable que el teatro de Bretón de los Herreros, pese a sus personajes planos (hidalgos dignos y arruinados, galanes enamoradizos, viudas en estrecheces económicas, patronas, andaluzas engañadoras, coquetas redomadas, lechuguinos, paletos provincianos de buen corazón, militares sin dinero), posee un amplio repertorio de figuras representativas de la época y una fina vista observadora de la vida, costumbres y problemas de su país y su época, un depurado lenguaje, una métrica fácil y de inspiración áurea, y una gran vis cómica, que destacan también en sus epigramas y composiciones satíricos. Uno, en concreto, es muy famoso por la anécdota biográfica que encierra. Solían confundir a un vecino de Bretón, un médico también poeta apellidado Mata (Pedro Mata Fontanet), con el famoso autor, llamando a todas horas a su puerta, de forma que se cansó y puso dos versos sobre ella que decían: En esta mi habitación / no vive ningún Bretón. Como no se llevaban bien, Bretón hizo la siguiente redondilla, que colgó de su puerta: Vive en esta vecindad cierto médico poeta que al pie de cada receta pone "Mata". Y es verdad. El teatro de la ciudad de Haro, en La Rioja, se llama Teatro Bretón de los Herreros en su honor. Obra Dejó ciento tres obras originales entre 360 títulos, veintitrés de ellas en prosa, principalmente comedias neoclásicas, de las que fue el maestro consumado entre Moratín y la alta comedia, pero también algunos dramas románticos, como Helena (1834), un típico melodrama ambientado entre los bandoleros de Sierra Morena, y los dramas históricos Fernando el Emplazado (1837) y Vellido Dolfos (1839), inspirado en el Romancero y que presenta a un Vellido enamorado de la reina Urraca. Hizo sesenta y cuatro traducciones (sobre todo del francés: Marivaux, Scribe, la María Estuardo de Schiller, Jean Racine, Voltaire y otros autores. Realizó diez refundiciones (obras de Lope de Vega, Juan Ruiz de Alarcón, Calderón etc.) Escribió 387 poemas y unos cuatrocientos artículos de costumbres y de crítica teatral fundamentalmente. Entre sus obras dramáticas destacan Marcela, o ¿a cuál de las tres?, Muérete y verás, El pelo de la dehesa, Flaquezas mninisteriales, El hombre pacífico, El editor responsable, La batelera de Pasajes, Dios los cría y ellos se juntan, Un francés en Cartagena, La escuela de las casadas, Un novio para la niña, La escuela del matrimonio, Todo es farsa en este mundo y Un tercero en discordia. Su poesía resulta fiel al Neoclasicismo por sus odas, anacreónticas, romances y sátiras. La primera colección de ellas que editó fue Poesías (1831), pero luego siguió publicándolas en revistas y periódicos a lo largo de toda su vida, pues tenía gran facilidad para el verso y ya los componía a los cinco años de edad. Se nota la influencia de Eugenio Gerardo Lobo por la tendencia al retruécano, de Manuel José Quintana en la vena patriótica y de Juan Meléndez Valdés en lo amoroso. Pero lo más valioso son sus sátiras, como la Epístola a Ventura de la Vega sobre las costumbres de Madrid, premiada por el Liceo, y otras varias sobre la Santa Alianza, el Carlismo, el clero y los hechos de la época. Cultivó el artículo costumbrista en la línea de Ramón Mesonero Romanos, colaborando en el Semanario Pintoresco Español y en Los españoles pintados por sí mismos con la descripción de tipos humildes como las castañeras, las lavanderas y las nodrizas. Trabajó intensamente en la Real Academia, participando en la novena edición del Diccionario y en la redacción e impresión de la Gramática, cuyo Compendio (1859) para la enseñanza elaboró enteramente. Preparó además 497 artículos para el diccionario de sinónimos e hizo resúmenes y actas de la misma entre 1859 y 1868. Como crítico teatral dejó numerosos trabajos en El Universal, La Abeja, La Ley y otros. Mantiene una posición de justo medio entre Neoclasicismo y Romanticismo, gusta de referencias técnicas e históricas y establece el efecto dramático como ley suprema del teatro. Criticó muy duramente la comedia No más mostrador de Larra, lo que pudo ser una causa más de la enemistad entre los dos. Aparte de su discurso de ingreso en la Academia sobre la métrica dramática, hay que destacar Progresos y estado actual del arte de la declamación en los teatros de España (1852) Referencias Wikipedia-http://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Bret%C3%B3n_de_los_Herreros

Vicente García de la Huerta Vicente García de la Huerta

Vicente Antonio García de la Huerta (* Zafra, provincia de Badajoz, España, 9 de marzo de 1734 - † Madrid, España, 12 de marzo de 1787) fue un poeta y dramaturgo español, hermano del sacerdote y también escritor Pedro García de la Huerta. En Madrid, pronto llamó la atención por su arrogancia y su belleza y al final de su vida dirigió la Biblioteca Nacional, pero lo despidieron porque sus enemigos levantaron sospechas sobre él. La publicación de colección insatisfactoria de ensayos titulada Theatro Hespañol (1785-1786) le supuso severas críticas, que afectaron a su raciocinio. Murió en Madrid, sin llevar a cabo su afán de reavivar el drama nacional. Su Agamemnon vengado proviene de Sófocles, traducido de Voltaire, y su Raquel, es clásica en formato. Su niñez transcurrió en Zamora; inició sus estudios en la Universidad de Salamanca, en ¿1747?. En 1757 se instaló en Madrid como archivero del Duque de Alba; este le consiguió además el puesto de oficial primero de la Real Biblioteca. Se casó con Gertrudis Carrera y Larrea. Bajo la protección del duque de Alba, ingresó en la Academia Española, de la Historia y en la de San Fernando. Con motivo de la entrada en Madrid de Carlos III, le encomendaron la redacción de los epitafios e inscripciones de los arcos triunfales. Después del Motín de Madrid de 1766, conocido también como Motín de esquilache, huyó a París donde fue espiado por miembros de la embajada española y su correspondencia interceptada. En París estuvo desde la primavera de 1766. Y al volver a España fue sospechoso de actuar contra el gobierno y fue desterrado al peñón de Vélez de la Gomera; conmutado el destierro por otro en Granada. Resentido por el ostracismo, regresa a Madrid en 1777, pero el ambiente literario y social de la corte estaba muy cambiado. Sin embargo pudo ver representada su obra más conocida la tragedia Raquel, considerada por algunos como la mejor muestra de tragedia neoclásica española. Por otra parte, editó una antología del teatro clásico español barroco en 16 volúmenes, Theatro Hespañol (sic) (1785-1786), en la cual no incluyó la obra de Lope de Vega, fundador de ese teatro, y de todos sus discípulos, Tirso de Molina, Juan Ruiz de Alarcón, Guillén de Castro, Antonio Mira de Amescua, Luis Vélez de Guevara y Juan Pérez de Montalbán, mientras que privilegia, coincidiendo con el gusto popular, a Pedro Calderón de la Barca y a toda su escuela. Dicha exclusión al igual que la actitud despreciativa hacia Cervantes, a quien motejó de envidioso, supuso al autor que los diez últimos años de su vida fueran amargados por polémicas con otros escritores: Tomás de Iriarte (una décima y un epitafio), Samaniego (Continuación a las memorias críticas de Cosme Damián), Juan Pablo Forner (Reflexiones sobre la lección crítica, Fe de erratas al prólogo del Theatro Hespañol y soneto El ídolo del vulgo), Leandro Fernández de Moratín con su poema de épica burlesca Huerteida e incluso Melchor Gaspar de Jovellanos, que llegó a escribir la Relación del caballero Antioro de Arcadia, una sátira contra él. El poeta reaccionó de manera típicamente airada y orgullosa, contra Samaniego y Forner sobre todo. Su poesía está recogida fundamentalmente en dos publicaciones: Obras poéticas, en dos tomos (1778-1779) y Poesías (Segunda edición aumentada, 1786). Es autor, también, de varios poemas que se publicaron sueltos, como el Endimión (1755). La calidad de su obra poética ha sido reivindicada recientemente por el crítico Miguel-Angel Lama. Escribió también una Biblioteca Militar Española (1760 y reeditada en 2001 visible en librosalcana.com). Obras dramáticas menores Tres tragedias y una comedia pastoril forman la totalidad de la obra dramática conservada de Vicente García de la Huerta. La comedia pastoril Lisi desdeñosa, aún inédita, fue descubierta por Juan Antonio Ríos Carratalá. Las tragedias forman la parte más importante de la producción dramática de Huerta. Raquel fue publicada por vez primera en el tomo I de las Obras poéticas de 1778, y Agamenón vengado en el tomo II de esa misma colección en 1779. La fe triunfante del amor y cetro» apareció suelta, precedida de un prólogo de su autor, en Madrid, el año 1784. La fe triunfante del amor y cetro o Xaira es simplemente mencionada por la crítica como la traducción de Zaïre (1732) de Voltaire, pero Huerta, como él mismo apunta en el prólogo a su edición, reelabora una traducción anterior publicada anónima en Barcelona y reimpresa en esa misma ciudad en 1782. Agamenón vengado es una reelaboración de la versión de la Electra de Sófocles realizada en el siglo XVI por Fernán Pérez de Oliva con el título de La venganza de Agamenón. Huerta conoció el original de Pérez de Oliva incluido por José López Sedano en el tomo sexto de su Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos (Madrid: Sancha, 1772). Raquel En el año 1778 se sitúa el estreno en Madrid de Raquel. Su composición puede ser anterior, quizá en 1776, y se representó durante el exilio del autor en Orán. Es la primera de las tragedias salidas de la pluma de Vicente García de la Huerta. Aparece en el momento de consolidación de la tragedia neoclásica española como género. Es una de las obras que contribuye decisivamente a esa consolidación. En la capital de España, Raquel obtuvo un éxito absoluto, se escenificó en el Teatro del Príncipe durante cinco días. Fue un texto de gran aceptación, como lo prueba el hecho de que poco antes de imprimirse ya circulasen muchas copias manuscritas de ella. La obra relata los amores del rey Alfonso VIII con una judía de Toledo, Raquel, famosa por su hermosura y por su ambición de poder, que provocan el desorden político y, consiguientemente, el disgusto y malestar de todos por la pérdida de autoridad del monarca. Asistimos a la sublevación popular ante el catastrófico estado en que se ve sumido el reino. Los nobles y el pueblo se unen en contra de Raquel y en defensa de su soberano. El final se resuelve con la muerte de la hermosa judía durante la ausencia del rey a manos de su consejero Rubén, consejero que es ajusticiado por el monarca cuando se produce su regreso a la corte. Se escenifica en Raquel una historia que había tenido ya amplio tratamiento en el teatro español precedente desde Lope de Vega, en su obra Las paces de los reyes y judía de Toledo, de 1617. El asunto fue retomado por Antonio Mira de Amescua en su obra La desgraciada Raquel (1625); por Juan Bautista Diamante en La judía de Toledo, publicada en 1667 (según algunos críticos, esta obra no es sino la pieza de Mira de Amescua, cambiada de título, que sufre unas correcciones debidas a la censura y que fue indebidamente atribuida en la impresión a un autor incorrecto); por Pedro Francisco Lanini Sagrado en El rey don Alfonso el Bueno (1675), y en La batalla de las Navas y rey don Alfonso el Bueno (1675). Vicente García de la Huerta toma en particular consideración el texto atribuido a Juan Bautista Diamante, muy representado en la última parte del siglo XVII y durante todo el XVIII, especialmente en su primera mitad, y el poema de Luis Ulloa de Pereira titulado Raquel, para componer su propia creación. Otorga un carácter político a su tragedia, al ponerla en relación con los sucesos acaecidos en marzo de 1766, con el motín de Esquilache. Los principios básicos defendidos en las poéticas y preceptivas neoclásicas son escrupulosamente respetados. Así, la norma de las unidades, lugar, tiempo y acción. Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Vicente_Antonio_García_de_la_Huerta




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