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Yo me nazco en el día solitario
en cada hueco del inmenso espacio; me disminuyo
en cada ostra
como si de mí solo hablaran los huesos enormes.
Es la tarde mi sangre:
acudo a la poesía
alimento aves desnudas
trasmigran especies que no conozco
visito la copa de la rosa.
Canta el mí el cirio descubierto y me rodean
ángeles de polvo
a mis orejas recién nacidas.
Al mediodía nazco de nuevo, una breve leche materna
me abraza
y recoge de mi esqueleto solo oro y pan.
Quisiera un día morir de un sesgo de oreja
o un corte de monja
arrimarme a la terraza hervida de la noche
con su inmensa bola de queso azul,
pero regreso a este país doblado
henchido de minerales feos
cartones llenos de ciudadanos.
Regreso ovillo o puente
noche o páramo, niño o niña
composición musical o piedra abandonada.
El día me cubre el izquierdo.
Regreso preñado de tu voz
amamantado del nido donde se produjo el beso.
Tu mirada es un paisaje tiznado.
Allá en el girasol indecente veré
encenderse el pistilo de Dios.