A Miguel Benítez
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En lo alto de aquel monte hay un arbolillo verde. Pastor que vas, pastor que vienes. Olivares soñolientos
¡Esa esponja gris! Ese marinero recién degollado. Ese río grande. Esa brisa de límites oscuros. Ese filo, amor, ese filo.
La Tarara, sí; la tarara, no; la Tarara, niña, que la he visto yo. Lleva la Tarara
En la torre amarilla, dobla una campana. Sobre el viento amarillo,
Los laberintos que crea el tiempo, se desvanecen. (Sólo queda el desierto.)
Silencio de cal y mirto. Malvas en las hierbas finas. La monja borda alhelíes sobre una tela pajiza. Vuelan en la araña gris,
El remanso del aire bajo la rama del eco. El remanso del agua bajo fronda de luceros. El remanso de tu boca
La rosa no buscaba la aurora: Casi eterna en su ramo buscaba otra cosa. La rosa
Se ven desde las barandas, por el monte, monte, monte, mulos y sombras de mulos cargados de girasoles. Sus ojos en las umbrías
Yo decía: “Tarde” Pero no era así. La tarde era otra cosa que ya se había marchado. (Y la luz encogía
En la luna negra de los bandoleros, cantan las espuelas. Caballito negro. ¿Dónde llevas tu jinete muerto?
Noche de cuatro lunas y un solo árbol, con una sola sombra y un solo pájaro. Busco en mi carne las
CIPRÉS Ciprés. (Agua estancada.) Chopo (Agua cristalina.)
Para ver que todo se ha ido, para ver los huecos y los vestidos… ¡dame tu guante de luna, tu otro guante perdido en la hierb… amor mío!
Las alegres fiebres huyeron a las… y el judío empujó la verja con el… de la lechuga. Los niños de Cristo dormían, y el agua era una paloma,