La memoria es una tumba abierta donde puedo enterrar la piedad por mí misma, mientras un felino se desliza muy suave
Te propongo la dulzura del higo, su carne sonrosada, replegada y húmeda como un animal marino.
A tu ancho cuerpo de jade y plata vuelvo, jinete de manos verdes y pleno cuerpo verde de fosforescencias nocturnas.
A veces huyo por intrincados caminos construidos de palabras, que me llevan a los páramos de nadie.
Me disuelvo en la magia giro en medio del fruto pulposo
Solo como Borges en el fondo de la rosa torturado por báculos de plata espejos laberintos
Por recorrer tu piel a pedacitos olvidé la piel agrietada de la patria, dejé de andar por sus caminos, no llegué hasta sus aldeas,
En medio del invierno pensativo Manhattan seguía siendo en mi cabeza sólo una canción, para recordar a un hombre.
Tengo miedo. Qué difícil contarte esta verdad, porque tú no sabes nada sobre su vestimenta leve, que se va deslizando
Qué difícil contarte esta verdad, porque tú no sabes nada sobre su vestimenta leve, que se va deslizando por los huesos
Aún deseo mis antiguos tiempos fetales, en que fui pez opalescente y ciego.
Los incrédulos repetirán —una y otra vez— tu nombre, como lo hago yo en esta noche de turbia embriaguez
Nada he sido nada soy sino escondida isla sin pájaros ni habitantes
Casi podría decirte devorada por la angustia me asomo a la vieja cueva prohibida donde habitan
El invierno comenzaba, apenas, a mostrar su cuerno —largo y temible— de unicornio ciego. Inquietante,