Manuel Acuña
               

I

 
Tres eran, mas la Inglaterra
Volvió a lanzarse a las olas,
Y las naves españolas
Tomaron rumbo a su tierra;
Sólo Francia gritó: «¡Guerra!»
Soñando ¡oh patria! en vencerte,
Y de la infamia y la suerte
Sirviéndose en su provecho
Se alzó erigiendo en derecho
El derecho del más fuerte.
 
 
                 

II

 
Sin ver que en lid tan sangrienta
Tu brazo era más pequeño,
La lid encarnó en su empeño
La redención de tu afrenta,
Brotó en luz amarillenta
La llama de sus cañones,
Y el mundo vio a tus legiones
Entrando al combate rudo,
Llevando por solo escudo
Su escudo de corazones.
 
 
                   

III

 
Y entonces fue cuando al grito
Lanzado por tu denuedo,
Tembló la Francia de miedo
Comprendiendo su delito.
Cuando a tu aliento infinito
Se oyó la palabra sea,
Y cuando al ver la pelea
Terrible y desesperada
Se alzó en tu mano la espada
Y en tu conciencia la idea.
 
 
                   

IV

 
Desde que ardió en el oriente
La luz de ese sol eterno
Cuyo rayo puro y tierno
Viene a besarte en la frente,
Tu bandera independiente
Flotaba ya en las montañas,
Mientras las huestes extrañas
Alzaban la suya airosa,
Que se agitaba orgullosa
Del brillo de sus hazañas.
 
 
                   

V

 
Y llegó la hora, y el cielo
Nublado y obscurecido
Desapareció escondido
Como en los pliegues de un velo.
La muerte tendió su vuelo
Sobre la espantada tierra,
Y entre el francés que se aterra
Y el mexicano iracundo,
Se alzó estremeciendo al mundo
Tu inmenso grito de guerra.
 
 
                   

VI

 
Y allí, el francés, el primero
De los soldados del orbe,
El que en sus glorias absorbe
Todas las del mundo entero,
Tres veces pálido y fiero
Se vio a correr obligado,
Frente al pueblo denonado
Que para salvar tu nombre,
Te dio un soldado en cada hombre
¡Y un héroe en cada soldado!
 
 
                   

VII

 
¡Tres veces y cuando hundida
Sintió su fama guerrera,
Contemplando su bandera
Manchada y escarnecida.
La Francia, viendo perdida
La ilusión de su victoria,
A despecho de su historia
Y a despecho de su anhelo,
Vio asomar entre otro cielo
Y entre otro mundo la gloria.
 
 
                   

VIII

 
Que entre la niebla indecisa
Que sobre el campo flotaba,
Y entre el humo que se alzaba
Bajo el paso de la brisa,
Su más hermosa sonrisa
Fue para tu alma inocente,
Su canción más elocuente
Para entonarla a tu huella,
Y su corona más bella
Para ponerla en tu frente.
 
 
                   

IX

 
¡Sí, patria! desde ese día
Tú no eres ya para el mundo
Lo que en su desdén profundo
La Europa se suponía,
Desde entonces, patria mía,
Has entrado a una nueva era,
La era noble y duradera
De la gloria y del progreso,
Que bajan hoy, como un beso
De amor, sobre tu bandera.
 
 
                   

X

 
Sobre esa insignia bendita
Que hoy viene a cubrir de flores
La gente que en sus amores
En torno suyo se agita.
La que en la dicha infinita
Con que en tu suelo la clava,
Te jura animosa y brava,
Como ante el francés un día,
Morir por ti, patria mía,
Primero que verte esclava.
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