Silvio Rodríguez
Me decido a tararearte
todo lo que se te extraña,
desde el siglo en que partiste
hasta el largo día de hoy.
 
Me acompaño de guitarra,
porque yo no se de cartas,
y además ya tú conoces
que ella va donde yo voy.
 
Lo único que me consuela
es que uso dos almohadas,
y que ya no me torturo
cuando te hago trasnochar.
 
Otro alivio es que en su árbol
los pajaritos del alba,
siguen ensayando el coro
con que te bienvenirán.
 
El teléfono persiste
en coleccionar absurdos,
embromarme sigue siendo
un deporte universal.
 
Y la puerta está comida
donde la ha golpeado el mundo
cuando menos una buena
parte de la humanidad.
 
El cine de enamorados
tuvo un par de buenas pistas,
nuestro cabaret privado
sigue activo por su bar.
 
Se nos sigue desangrando
la llave de la cocina,
y yo sigo sin canciones
habiendo necesidad.
 
Pueden ser casualidades
u otras rarezas que pasan,
pero donde quiera que ando
todo me conduce a ti.
 
Especialmente la casa
me resulta insoportable,
cuando desde sus rincones
te abalanzas sobre mí.
 
No exagero si te cuento
que le hablo a tu fantasma,
que le solicito agua
y hasta el buche de café.
 
En días graves le he pedido
masajes para mi espalda,
los peores ni te cuento
porque no vas a creer.
 
Hay días que en tu sacrificio
acaricio tu fantasma,
pero donde iba el delirio
no oigo tu respiración.
 
Siempre termino en lo mismo:
asesino tu fantasma,
y la diana me sorprende
recostado en el balcón.
 
Ya no sé si lo que digo
realmente nos hace falta,
hoy no es día inteligente
y no sé ir más allá.
 
Pero cuando puedas, vuelve,
porque acecha tu fantasma,
jugando a las escondidas
y yo estoy muy viejo ya.
 
Pero cuando puedas, vuelve,
porque acecha tu fantasma,
jugando a las escondidas
y yo estoy muy viejo ya.
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