Carilda Oliver Labra
Cogí un recuerdo para soportar la fatiga,
pasé la página de mi libreta
y escribí: te amo.
Pero era para no enseñar a todos mi puñal.
(Váyanse a la madre que los parió,
ustedes quieren regalarnos
una sentencia de muerte,
ustedes nada saben del hombre;
métanme presa,
no importa:
pintaré en las paredes de la cárcel!)
 
Así ha pasado el jueves.
Huí al campo,
pero no era como lo hizo Van Gogh:
llovía,
los pájaros se fusilaban unos a otros;
la tarde sirviendo qué postal estupefacta.
En fin, no queda otro remedio
y vine para casa.
Aquí arden los rincones
y no ha llegado la orden de alzamiento,
los mosaicos de mármol forman luto,
ponen la radio,
no hay teléfono para comunicarse con el absurdo,
guisan lentejas,
me desnudo.
Comprendo que es jueves,
entonces salgo.
Los ómnibus están llenos, camino
sonambulescamente,
fracaso en un semáforo;
aunque eso sí me da la noche con sus astros,
y cuando iba a sonreír
por casualidad
o porque Dios nos tiene siempre asco:
apareces
como un personaje de Deschau.
Te articulas a mi podredumbre,
el tedio entumece las corbatas,
el hambre se te ha vuelto una tira ignominiosa.
Por venganza,
en un descuido,
te adornas con el hueso
de tu hombro poliomielítico.
Verdad que es jueves,
que hay que orinar contra las ceibas.
Montamos el mismo cerdo de tortura,
tenemos la exacta humildad de locos atropellados,
te miro flamear sobre la mesa del café;
debajo duermes.
Ya no te pareces al as de bastos,
tiemblo,
nace el vino,
das un tropiezo con mi tristeza
y vuelves los ojos al humo sin desquite.
(¡Amor mío: vamos a suicidarnos!)
De pronto el crepúsculo suelta un arcoiris
y mordemos la vida.
No sé qué más ocurre
aparte del jueves.
Me pones en un automóvil
con la misma ternura que comemos peces en el
                                                             almuerzo
y quizás me he muerto cuando das ordenes:
llévela a su casa;
vive en la otra cuadra de mi suerte.
 
Luego se me tupe la pluma con esta lágrima.
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