Heberto Padilla
En los bosques de Rusia
yo he visto un abedul.
Un abedul de hierro,
un abedul que lanza como los electrones
su nudo de energía y movimiento.
Y cuando cae la lluvia de sus ramas
el bosque se estremece
con un ruido
                     más lánguido
                                           y más lento
que los yambos de Pushkin.
 
A caballo,
metido por la maleza,
a ciegas,
oigo el rumor que llega
desde el centro del monte
donde está el abedul.
 
Las ortegas escalan por su tronco,
los pájaros confunden sus hojas con las ramas,
las ardillas rehúyen su corteza;
encandila el espacio de su sombra.
 
Si alguien lo mueve
él pega saltos increíbles.
Si alguien lo corta
él entra, súbito,
en el horror de sus batallas.
Si alguien lo observa,
él se vuelve un centinela de atalaya
(en Narilsk o Intá).
Los uros lo olfatean,
pero su sangre se cristaliza
como las aguas en invierno.
 
En los bosques de Rusia
yo he visto ese abedul.
En él están todas las guerras,
todo el horror,
toda la dicha.
Un abedul de hierro
hecho a prueba de balas y de siglos.
Un abedul que sueña y gime.
Que canta, lucha y gime.
Todos los muertos que hay en Rusia
le suben por la savia.

De Fuera del Juego, 1968

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