Para Ana María Dalí
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La canción, que nunca diré, se ha dormido en mis labios. La canción, que nunca diré.
En la torre amarilla, dobla una campana. Sobre el viento amarillo,
Empieza el llanto de la guitarra. Se rompen las copas de la madrugada. Empieza el llanto
Hacia Roma caminan dos pelegrinos, a que los case el Papa, mamita, porque son primos,
Por las orillas del río se está la noche mojando y en los pechos de Lolita se mueren de amor los ramos. Se mueren de amor los ramos.
Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios, con una vara de mimbre va a Sevilla a ver los toros. Moreno de verde luna
La elipse de un grito, va de monte a monte. Desde los olivos será un arco iris negro
La niña va por mi frente. ¡Oh, qué antiguo sentimiento! ¿De qué me sirve, pregunto, la tinta, el papel y el verso? Carne tuya me parece,
Coches cerrados llegaban a las orillas de juncos donde las ondas alisan romano torso desnudo. Coches que el Guadalquivir
La muerte entra y sale de la taberna. Pasan caballos negros y gente siniestra
El grito deja en el viento una sombra de ciprés. (Dejadme en este campo, llorando). Todo se ha roto en el mundo.
Cayó una hoja y dos y tres. Por la luna nadaba un pez. El agua duerme una hora
Yo me alivié a un pino verde por ver si la divisaba, y sólo divisé el polvo del coche que la llevaba. Anda jaleo, jaleo:
Suntuosa Leonarda. Carne pontifical y traje blanco, en las barandas de “Villa Leonard… Expuesta a los tranvías y a los ba… Negros torsos bañistas oscurecen
La primera vez no te conocí. La segunda, sí. Dime si el aire te lo dice.