Pablo Neruda

Melisanda

Su cuerpo es una hostia fina, mínima y leve.
Tiene azules los ojos y las manos de nieve.
 
En el parque los árboles parecen congelados,
los pájaros en ellos se detienen cansados.
 
Sus trenzas rubias tocan el agua dulcemente
como dos brazos de oro brotados de la fuente.
 
Zumba el vuelo perdido de las lechuzas ciegas.
Melisanda se pone de rodillas—y ruega.
 
Los árboles se inclinan hasta tocar su frente.
Los pájaros se alejan en la tarde doliente.
 
Melisanda, la dulce, llora junto a la fuente.
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