Una lanza clavada en el pecho
duele menos que esta indiferencia
que tan abiertamente me regalas.
Un desierto en medio de una isla
siente menos soledad
que yo muriendo.
Muriéndome por dentro
por fuera
y por ti.
Qué tanta cosa con la que
tan poca cosa dices
sin decir,
lo opcional,
cuando en mí es inherente,
es un ancla.
Ni el más potente de los tornados
podría hacer sequía en esta lluvia
insaciable e incesante que brota,
de estos ojos brota,
cuando me los podría simplemente arrancar
para no poder ver tu sonrisa nunca.
Tu sonrisa
de finura incandescente
y que nunca
pero nunca
va dirigida hacia mí.
—Montpellier