Soy un marino sin puerto y sin acento,
sin luna,
sin los cabellos abriéndose ante el horizonte de los vientos.
Soy un marino, el marino de todos los orientales
que buscan la aventura del amor fugaz.
No he podido encontrarlo. No he podido encontrarlo.
He sido el marino que encontró el amor,
un amor fijo, fijo en mi Luz montevideana.
Por eso en la pantalla hay un marino atildado,
susurrando quizás a Heine.
Un marino mirando a la mujer que está a su lado
porque extraña a la suya que es
una luz alegre de mar,
de los mares del sur,
ahora sin dueño.
Los poemas lanzados al océano
y a los siete mares
hacen que este marino
olvide el olor de los canteros
en los balcones y su única flor
de flores sembradas en la memoria
como aves de una calle en su barrio natal
para entonces volver a pensar
y pensar en la luna con su Luz Alegrey el poderoso vaivén del Río de la Plata.
No hay carne humana, no hay hueso humano,
no hay forma de mujer que no le traiga al marino peinado
el perfume de aquel hospital donde, adolescente,
ella puso sus labios sobre los suyos
contaminados con una enfermedad mortal.
Soy un marino bajo el lente,
bajo todos los lentes de Eliseo Subiela
buscando trascender su imagen
y saltar la historia misma de un amor que perdura
como el azul del mar frente a los balcones de Montevideo.
Soy un marino enamorado de esta luz alegre
en donde está la mía.
Soy un marino montevideano que habla en alemán
sobre esta luz que no termina.