¡Cuidado! ¡Cuidado!
estamos a punto de naufragar.
Os habéis creído,
que en transatlántico poderoso
navegábamos
y sin embargo os digo:
mi vida
es una pequeña balsa enamorada.
Veo surgir entre las sombras
una luz que nadie apagará.
Formada de versos y perfumes
como vientos insondables
como una catarata de carne
abandonada
que por fin
encuentra su reinado.
Reinado de nubes
de antiguas fragancias
y de fragancias inconcebibles.
Pequeñas balsas enamoradas
siempre a punto de naufragar.
Por ahora
toda pasión será remar
hasta alcanzar el poema
en ese movimiento.
Remad hasta quedar sin fuerzas y, ahí,
comprenderéis el motivo de mi pasión.
Iremos por los más bellos ríos
y con el tiempo
nos animaremos a los grandes océanos
a la belleza de las borrascas en el mar
y siempre iremos temerosos de desaparecer,
pequeños, en esa inmensidad que nos rodea.
Saber nadar o ser grandiosos
no servirá de nada
para llegar
tendremos que mantener
la balsa a flote
y nosotros mantenernos
encima de la balsa.
Eso
todo el misterio.
Un día la balsa se partirá
en mil fragmentos
y cada uno
tendrá que aprender
a sostenerse en pequeños maderos.
Si es posible el poema es posible la vida.
Remad
agonizad remando
hasta sentir que solo
es imposible.
Quedad sin fuerzas.
Mirad cómo otros reman
y yo mismo remo
con las manos
ensangrentadas por el esfuerzo
sin descansar
hasta encontrar en ese movimiento
el poema.
Y cada uno tendrá su pequeña balsa
enamorada.
Dueño de su vida y de su muerte
puede tenderse en la balsa
para siempre
no remar más
y dejar que las aguas
lo lleven por doquier.
Y algún otro remando
desesperadamente
al verlo
escribirá un poema.
Remar en cualquier dirección tampoco sirve.
La tierra que promete
la poesía
siempre es la misma.
Se llega o no se llega.
Ella necesita reyes
centauros
sólo se deja sembrar
por revolucionarios y fanáticos
por hombres que en su tierra
construyen su casa y su familia
sus grandes ilusiones.
El que repita lo hecho jamás la encontrará.
Remad
para llegar a esa tierra
como nadie ha remado
y os serán ofrecidos
a vuestra llegada
manjares que no fueron
ofrecidos a nadie.
Y en las noches de desilusión
cuando nada es posible
en esa oscuridad
pedid a los mayores
que os cuenten
de los grandes navegantes
sus antiguas hazañas
en pequeños barquitos de papel.
Cada trecho recorrido
tendrá sus peligros.
Nada será fácil para el poeta.
Vendrá el amor y habrá que enamorarse
hasta sentir que la carne
temblando es un poema.
Y así llegará
la inolvidable noche
donde por un instante
esa pasión será la poesía.
Frente a la duda no dejar de remar.
Tomar en nuestros brazos,
fortalecidos como garras
por la crueldad del ejercicio,
a la persona amada
y seguir remando
si es necesario con los dientes.
Con el tiempo ella, también,
hará ejercicio con nosotros.
Después de a dos, de a tres,
de a todos,
rota la inmensidad de lo único
vendrá la muerte.
y no valdrá ninguna valentía
porque ella se jacta
de haber matado
a todos los valientes
en el primer encuentro.
Y tampoco valdrá ninguna cobardía
porque ella mata todo lo que huye.
Para encontrarse con la muerte
se necesita
haber aprendido algo del amor:
Ni huir. Ni arremeter contra nada.
Aprender a conversar tranquilamente
eso enseña el amor.
Cuando ella se acerque
y venga por nosotros
con su mirada inmensa
como ella misma es inmensa,
dejarla acercar
hasta que escuche
nuestra respiración
entrecortada por el encuentro.
Y ella enternecida
como es su costumbre
nos tenderá la mano
para que acompañemos
a vuestra majestad
al inmutable
reino del silencio.
Ahí
cuando entregarse
es lo más fácil
mirarla
en los ojos
la inmensidad
que le pertenece
y decirle entre dientes:
Amada muerte
mi enamorada
escribiré tu nombre
en todas las paredes
besaré
sin temor tus labios
como nunca
ningún hombre lo ha hecho
y te amaré verás
entre la sangre,
en las grandes catástrofes
y también te amaré
cuando un blanco capullo
reine en tu corazón.
La gran emoción
que recorre su manto negro
por encontrarse en un poema
hace de la muerte una mujer.
Ella también terminará remando
tranquilamente hasta la orilla
y compartirá mi pan y mis amores
y volará por las noches
para cobijar en su seno,
a los que ya dejaron de remar
y volverá
para encontrarse conmigo
y contarme sus hazañas.
Como si cada vez
fuera la primera
volveré a respirar
como respiran los atletas
y por haberlo aprendido de ella
la miraré enternecido y le diré:
Mi muerte enamorada
y ella
será feliz.
Después hay que seguir remando.
Ya nos preguntarán
y nosotros diremos:
hemos estado con el amor
y hemos estado, también,
con la muerte.
Al principio no nos creerán
dirán que para el hombre
es imposible.
Nos pedirán pruebas,
nosotros les mostraremos
como si fuera el cielo
algunos poemas
y conseguiremos con ese gesto
que llegue hasta nosotros
el tiempo de la burla.
Grandes embarcaciones que nada buscan
porque creen tener
pasarán una y otra vez a nuestro lado
tratando de hundir con sus juegos
nuestra pequeña balsa enamorada.
Nos llamarán
desde sus lujosas embarcaciones,
con los nombres
con los que se nombran los desperdicios.
Poetas. Locos. Asesinos.
Y en la algarabía estúpida de sus juegos
todo será posible.
Nos tirarán algunas piedras
y se dirán
nada los ofende y enfurecidos
nos gritarán:
Pelead ¡cobardes! defendeos.
Y después de mil veces y otras mil
con los ojos desorbitados
por el cansancio
y también por la sorpresa de ver
nuestra pequeña balsa enamorada
siguiendo su camino
y nosotros, tranquilamente,
sobre ella remando.
Después de haber atravesado
ilesos el camino de la burla
vendrá os aseguro
el tiempo del oro.
Aburridos de sus propias risas
querrán jugar a nuestro juego.
¿Cuánto cuesta esa madera
a punto de pudrirse
que usáis de embarcación?
y ¿cuánto vuestra vida?
¿Cuánto esas viejas cartas
de navegación
y cuánto esos poemas?
Cuestan, señor,
lo que le cuesta a un hombre,
dejar de pertenecerse
y entregarse al poema.
¿Cuánto dinero cuesta eso?
Todo y ninguno
tal vez su propia vida.
¿Cuánto dinero cuesta
mi vida entonces?
Todo y ninguno.
Su vida son palabras
como todas las vidas
y eso, tengo entendido,
vale nada.
Y ¿cuánto dinero cuesta pensar así?
Todo y ninguno.
Más bien hay que sumergirse
remar y no esperar nada.
Eso cuesta.
Sumergirse y no esperar nada
en las tinieblas,
hacia otra oscuridad mayor
el poema.
Una vez enamorados
el amor y la muerte
y rechazados el oro
y la burla por impuros
vendrá y de ninguna parte
porque ella
vivió siempre en nosotros
la locura.
El peor de todos los estrechos.
Surge imprevista,
por ser ley de su destino
la sorpresa
y no viene por ninguna pelea
porque trae el deseo
de trabar amistad con el poeta.
Y cuando llega
nos dice entre susurros
que su mundo
y el mundo de la poesía
son el mismo mundo.
Frente a la duda hay que seguir remando.
Informe se deja moldear
por nuestras palabras
y al tiempo ella también
tiene su grandeza.
Yo soy del amor, nos dice,
ese desenfreno
y la pasión
eterna de la muerte.
Tengo por costumbre
despreciar el oro
y sin embargo
las ansias por matar
que generan sus leyes
están intoxicadas de locura.
Ahí, ella y la poesía se parecen.
A instantes de juntarse
en nuestra mirada,
como si fuesen una sola cosa
la poesía, vieja loba de mar,
rema un trecho con nosotros
para mostrarnos
que la locura desde que llegó
permanece en el mismo rincón
de la pequeña balsa,
sin remar
recordando todo el tiempo
su pasado.
Contentos
de haber comprendido
la diferencia
encerramos a la locura
en un poema
y seguimos remando
hasta que un día
convencidos de su torpeza
para la navegación
se la entregamos
al amor y a la muerte
para que la locura
aprenda a volar.