Miguel de Unamuno

Teresa: 57

Pronto irás también tú, corazón mío,
a la cama de tierra dél reposo
que nunca acaba; nos lo dice el frío
que ya te cerca; pronto el triste coso
               del mundo dejarás.
¡Qué poco a peco cuentas los instantes
que Van pasando, y hasta se te olvida
contarlos a las veces, no como antes
que corrías delante de la vida
               que ahora arrastras detrás!
Lates ya por deber, pero sin gana;
se sumió tu esperanza en la memoria
del ayer en que estriba tu mañana
y quieres enterrarte con tu historia,
               ¡mi pobre corazón!
Finado él manantial de tu corriente
poco a poco se apaga tu latido,
que el arroyo se seca con la fuente
y perdió ya tu vida su sentido
               perdida tu misión.
Como no vives más que en el pasado
que hacia el pasado sin cesar se alarga,
remontas la corriente contra el hado
común de los mortales y la carga
               de nuestra soledad.
Llegas al «¡hágase la luz!», primera
palabra del eterno Amor, y al verte
—en el principio, antes que nada fuera
sintiendo cómo el tiempo sólo es muerte,
               gustas la eternidad.
Que te viene la luz de las entrañas
de la tierra que cubre sus despojos,
que ya con pareceres no te engañas,
que estás viendo la vida con sus ojos
               que dejaron de ver.
Que te están recojiendo en la semilla
que de ti Dios guardaba con la de ella,
que en el Camino de Santiago brilla
perdida entre infinitas nuestra estrella,
               la de nuestro querer.
Corazón, se te va apagando el fuego,
pero tu luz se aclara con el frío;
pronto el Amor se rendirá a tu ruego,
pronto descansarás, corazón mío,
               en el eterno amor.
Muy pronto, has de entregar al fin tu obra
cumpliendo la misión de resignarte,
que todo lo demás está de sobra;
¡pronto en lo eterno te dará la parte
               que te marcó el Señor!

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