Miguel de Unamuno

Teresa: 52

Cuando baja por la tardo
del cielo la hora bendita
en que acudía a la cita
temblando mi corazón,
siento que me estruja el pecho
todo el tiempo que ha corrido,
desde que el tuyo ha sentido
tierra sobre su pasión.
Todas las horas pasadas
se hacen un solo momento;
de tal modo, que en él siento
una eternidad posar;
un momento que me oprime
cual gigante cordillera
que los ríos contuviera
que ha contemplado pasar.
El manto de polvo rubio
vestido de hierba verde
en que el juicio se me pierde
cuando intento descubrir
el misterio de tu vida,
se me hace imponente sierra,
como si toda la tierra
me viniese a comprimir.
Se me amontonan los años;
el tiempo se me hace roca;
me sabe a tierra en la boca
el aliento al respirar,
y entonces sé lo que pesa
momento que se detiene
y que el vacío retiene
de los otros, al rodar.
Acaso fué nuestra vida
nada más que un aletazo
del Señor, que en el regazo
del sueño nos enterró,
sollozo del Universo,
una arruga del torrente
que forma de Dios la mente
y que en ella se perdió.
Teresa, en la última cuna,
la de madre tierra, pide
que. nunca Dios nos olvide
lo que es vivir de verdad.
Y que nos recuerde unidos
como en la cruz los dos trazos
que es llevarnos en sus brazos
por toda la eternidad.

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