«Cuando tú seas mía...»—te dije,
y llevándote al pecho las manos
te sentaste... «¿Qué es eso, Teresa?»
«¡No es nada... el desmayo!»
«Cuando tú seas mío...»—añadiste,
y mirabas al suelo... tan blanco...
y callaste, en el aire... tan nuro...
la vida buscando.
Y yo oía las alas ya rotas
de tus pobres palabras volando,
con qué triste susurro doliente
rozaban tus labios.