Tú sí que me conocías
tal como nací a ser,
cuando «¡niño!» me decías
me sentía yo nacer.
Ni mi madre . me miraba
con tan honda compasión;
tu mirar me taladraba
parte a parte el corazón,
dejándomelo desnudo,
desnudo como nací,
y ese mirar era escudo,
para guardarme de mí.
Tus ojos, dulces tiranos
que a la tarea se dan,
tus ojos, dos negras manos,
me amasaron como pan.
Tú me libraste del otro
que ya no va a donde voy,
tú del amor en el potro
me hiciste ser el que soy.
Eres mi madre, Teresa,
por teda la eternidad;
cuando me miro en tu huesa
toco toda mi verdad.